En un próximo número de Quercus escribiré sobre
la evolución de la trampa y de cómo los tramposos han logrado mantenerse en las
comunidades animales a lo largo del tiempo. Pero ahora toca mirar la otra cara
de la moneda y analizar las conductas generosas.
Es bien
conocido el comportamiento de las cigüeñuelas (Himantopus himantopus) cuando un naturalista (o un depredador)
irrumpe en sus colonias de cría: en lugar de alejarse del peligro, vuelan bajo sobre
nuestras cabezas, como colgadas del aire, y reclaman con todas sus fuerzas. Por
este motivo, en el delta del Ebro se las conoce acertadamente como
“avisadores”. Una conducta, entre heroica y enigmática, que bien podría encuadrarse
en lo que denominamos “altruismo”. Un rasgo típicamente humano que también está
presente en la naturaleza, de donde nos viene todo, como no puede ser de otra
manera.
La
visión tradicional de la biología se mueve entre considerar el altruismo como
un caso de selección de grupo (no sólo favorece al individuo, sino también a la
colonia) o como una conducta que evoluciona por beneficio mutuo (un individuo
avisa hoy de la llegada de un zorro porque espera que mañana otro haga lo mismo
ante una nueva amenaza). En la actualidad, las opciones aceptadas son esta
segunda (altruismo recíproco) y una nueva versión de la primera, que sostienen
los partidarios del “gen egoísta”, según la cual los individuos sólo se
preocupan por el resto del grupo cuando está compuesto por familiares. Al
avisar a los parientes de un peligro son nuestros genes, también presentes en
ellos, los que resultan beneficiados, como defendía Hamilton a mediados de los
años sesenta.. Esta vía genética se denomina “selección por parentesco” (kin selection
en su versión anglosajona), ya que atañe tanto al individuo como al grupo.
Sentimientos solidarios
Hay una
tercera vía, alternativa al altruismo recíproco y a la selección por
parentesco, que no mide la funcionalidad del acto altruista. Es una propuesta ajena
al mundo de la biología, pues procede de la psicología. Así, para Frans de Waal
(1) el altruismo es una cuestión de motivación, no un asunto funcional. Sería
la percepción del estado emocional de otro individuo el que activa en el
cerebro un estado de empatía. Según esta perspectiva, la cigüeñuela que inicia
la alerta, a la que luego se suman otros integrantes de la colonia, estaría
mostrando empatía ante el peligro que se cierne sobre los individuos cuyos
nidos quedan más cerca del depredador. En otras palabras, estaría poniéndose en
el lugar de sus vecinos. Sería una respuesta propia de animales sociales,
dotados de neuronas espejo, las mismas que nos incitan a bostezar cuando vemos
a otra persona hacerlo. La sensación de vencer al enemigo produciría un estado
psicológico de satisfacción capaz de favorecer la evolución de la conducta
altruista de alarma, del mismo modo que el placer favorece el intercambio
sexual. Este comportamiento proto-altruista de las aves coloniales habría ido
alcanzando complejidad en los mamíferos sociales (primates, cetáceos,
proboscídeos, cánidos) que son capaces de sentir compasión y tristeza por el estado de
los demás y, finalmente, ofrecer cuidado.
De
manera que el altruismo sería un asunto cerebral, propio de la psique de
animales sociales, donde la presión selectiva no es tanto externa (ecológica)
como interna (social). ¿Acaso no beneficiaron los voluntarios que acudieron a
remediar las mareas negras del Prestige a muchos
gallegos con los que no están cercanamente emparentados, aún a riesgo de su
salud? No porque esperaran nada a cambio o porque estuvieran cercanamente emparentados con ellos, sino por simple empatía y
solidaridad. Y, quizá, porque eso les hizo sentirse más felices al activar los centros de recompensa de sus cerebros. De todos
modos, esta hipótesis sólo soluciona superficialmente el problema, ya que nos
remite a otro más profundo: ¿por qué la evolución ha seleccionado la empatía y
el estado psicológico de recompensa en quienes se comportan de forma
altruista?
Arrendajos, mirlos y otros escandalosos del bosque
Hay dos
aves que se llevan la palma como avisadores: el arrendajo (Garrulus glandarius) y el mirlo (Turdus merula). Su conducta de alarma es aún más curiosa que la de
las cigüeñuelas, dado que no destacan por ser especialmente sociales. ¿Hay
altruismo en sus estentóreos reclamos o simplemente chillan como manifestación
de miedo ante un intruso? ¿Acaso la función del reclamo es espantar
directamente al depredador? Algunos investigadores se han interesado por este
asunto y han encontrado que los arrendajos funestos (Perisoreus infaustus), que viven en grupos laxos de individuos
cercanamente emparentados, son capaces de emitir señales de alarma que varían
según el depredador esté posado, volando o atacando (2). Así pues, volvemos a
la selección por parentesco.
Sería
interesante comprobar mediante experimentos con aves en cautividad si otros
pajarillos del bosque, como las currucas, asocian con un peligro el reclamo de
arrendajos y mirlos. Siempre me lo he preguntado: ¿entiende la curruca el
lenguaje del mirlo? Si es así, nos encontramos ante dos opciones: pueden
saberlo de manera instintiva (las currucas que reconocen las alarmas se han
visto favorecidas por selección natural) o pueden aprenderlo en el curso de sus
vidas. Sería relativamente sencillo hacer un experimento con aves criadas en
cautividad y que nunca hayan oído el reclamo de arrendajos y mirlos. Cuando fueran
adultas bastaría con someterlas a este acuciante mensaje y ver cómo reaccionan.
El grupo de control estaría formado por aves de la misma pollada que sí
hubieran crecido oyendo las alarmas. También podríamos observar el
comportamiento de aves juveniles, recién emplumadas, cuando se les somete al
reclamo de alarma y ver si permanecen impasibles o no. Si tuviera que apostar,
diría que sí responden a las alarmas y que esa respuesta es aprendida y no
heredada. Esas son mis predicciones. Sin la debida exposición al depredador y a la alarma del mirlo o del
arrendajo, el pajarillo se plantaría ante las fauces del depredador sin ningún
miedo. La asociación entre ambas cosas (alarma y depredador a la vista)
probablemente se haga a lo largo de su vida, ya sea como aprendizaje propio o
como imitación de otros miembros de la misma especie. Recientes trabajos han
demostrado que si se entrena al maluro soberbio
de Australia (Malurus cyaneus) a
asociar sonidos nuevos con la presencia de depredadores, lo acaba haciendo (3).
Esto viene a reforzar lo que decía antes: las especies responden y, además,
aprenden a hacerlo. También sabemos que es más seguro fiarse de las alarmas
conespecíficas que de las heteroespecíficas (4); vamos, que se entiende mejor el
lenguaje propio que el ajeno.
La selección por encima del individuo: ¿quimera o realidad?
Todo
esto del altruismo entre especies sociales nos lleva sin remedio a pensar un
poco en cómo actúa la selección natural. Según la perspectiva más
reduccionista, la única unidad que cuenta es el gen. Para el genético de
poblaciones, la unidad sería el individuo dentro de un grupo local (aunque
cambien los genes, son los individuos quienes se emparejan). Pero, ¿podría
darse selección con el grupo como unidad? No sólo por parentesco cercano, sino
porque los grupos más cooperativos y menos egoístas tendrían ventaja. Si hay
cooperación en la búsqueda de alimento y en la defensa ante los depredadores,
el grupo como un todo debería verse favorecido demográficamente en su conjunto,
no sólo como una suma de individualidades. Las interacciones entre individuos también
cuentan y el total acaba siendo mayor que la suma de las partes. Aunque la
tendencia a escala individual sea que cada cual mire por sí mismo, hay
circunstancias en las que sólo el trabajo en grupo permite sobrevivir. Ese
debía de ser precisamente el caso de nuestros ancestros en las sabanas
africanas, donde los egoísmos individuales eran muy poco positivos a la hora de
salir adelante. Como defendía Sewall Wright, en poblaciones pequeñas los genes
del altruismo podrían fijarse de tal modo que no podrían prosperar los genes
del egoísmo, ya que el altruismo favorece al 100% de los miembros del grupo.
Hasta que, claro está, aparezca una mutación egoísta de nuevo.
Así
que, ¿quién sabe? Darwin pensaba que la selección de grupo había sido
importante en la evolución de nuestra especie. Edward O. Wilson también lo
sostiene en el caso de las hormigas, pero eso tiene menos mérito porque un
hormiguero es como un único gran individuo (5). En las poblaciones humanas hay
cercanía de parentesco pero también otras cosas que nos acercan. Aspectos de
tipo psicológico o sociológico de gran peso, como la pertenencia al mismo
grupo, la identificación con el compañero o vecino, la unión que genera tener
un enemigo común en el valle de al lado o la experiencia de haberse defendido
juntos de un depredador. Esos caracteres, intangibles para el biólogo que estudie
al individuo de manera aislada, podrían marcar la diferencia y hacer que sea el
grupo entero el que sobreviva o perezca como unidad. Siempre y cuando los lazos
de dependencia sean muy estrechos, se den en poblaciones pequeñas donde puedan
fijarse, haya poca dispersión entre grupos y se dé una alta frecuencia de
conflictos. Sería un proceso socio-biológico, ya que la psique humana
evolucionó en el seno de sociedades humanas, más influenciadas por nuestros
congéneres que por factores ecológicos externos. Hay consenso hoy en día acerca de que el cerebro complejo humano evolucionó para hacer viable la vida en sociedad, más que para resolver
problemas ahí fuera. A fin de cuentas, un ser humano aislado no es nada. Que
este proceso pueda darse en otros animales sociales debe ser tanto o más
posible cuanto mayor sea la necesidad que tengan los individuos de cooperar estrechamente entre sí para sobrevivir.
Agradecimientos
A Marta
Vila, por su apoyo bibliográfico y su interés por estos humildes detectives, y
a Vittorio Baglione por revisar y mejorar un borrador de este artículo.
Bibliografía
(1) Waal,
F. B.M. (2008). Putting the altruism back into the altruism: the evolution of empathy. Annu.
Rev. Psychol., 59: 279-300.
(2) Griesser,
M. (2008). Referential calls signal predator behaviour in a group-living bird
species. Current Biology, 18: 69-73.
(3) Magrath,
R.D. y otros autores (2015). Wild birds learn to eavesdrop on heterospecific alarm calls. Current
Biology, 25: 2.047-2.050.
(4) Murray,
T.G. y Magrath, R.D. (2015). Does signal deterioration compromise eavesdropping on
other species’ alarm calls? Animal Behaviour, 108: 33-41.
(5) Bengston, S.E. y
Dornhaus, A. (2014). Be meek or be bold? A colony-level behavioural syndrome in ants. Proceedings
of the Royal Society B. Disponible en DOI:
10.1098/rspb.2014.0518.