Este es un mundo
de concursos caninos, felinos, ecuestres o vacunos. Es decir, un mundo en el
que se valora la pureza de la raza. Pero la mayoría de los animales domésticos
que tenemos a nuestro alrededor son cruzados, mil-leches, mezclas. Hay muy pocos que sean puros.
Quizá
esta obsesión por la pureza de los animales domésticos sea un reflejo del mismo
mecanismo cerebral que nos lleva a buscar especies silvestres bien definidas y reproductivamente
aisladas. Según el concepto biológico de especie, que enunció Ernst Mayr
(1904-2005), el aislamiento reproductivo es la condición indispensable para
poder definir a una especie. A cualquier especie, ya sea animal, vegetal,
fúngica, protista o procariota. No hace falta decir que eso es… ¡abarcar
demasiado! Dejaremos a un lado los organismos microscópicos, donde la
transferencia horizontal de ADN está a la orden del día, para hablar de plantas
y de animales.
¿Quedan
bien definidas las plantas según el criterio de Mayr? Pues, no mucho, la
verdad, a tenor de lo muy extendida que está la poliploidía en el mundo
vegetal. En otras palabras, los vegetales hibridan con mucha facilidad y
generan especies nuevas de manera súbita cuando se produce una irregularidad en
la meiosis y no se da la disyunción de los cromosomas. Por tanto, se admite y
reconoce que entre las plantas la hibridación es un mecanismo no sólo habitual
sino generador de riqueza biológica. De los cruces entre especies vegetales
surgen novedades y nadie se extraña de un híbrido vegetal. Pongamos por caso el
cruce de dos especies del género Quercus,
que da nombre a esta revista. En Extremadura, por ejemplo, llaman “mestos” a
los híbridos de encina y alcornoque. Pero cuando esto ocurre en el reino animal
se disparan todas las alarmas. Nadie espera que surja nada bueno de un cruce
entre especies animales. Tan sólo se espera una pérdida de pureza en el acervo
genético de cada especie.
Evolución reticulada
Evolución reticulada
En
el mundo de las plantas más nos valdría olvidarnos de los clásicos árboles
filogenéticos, con ramas que se separan, y sustituirlos por una estructura en
forma de red. Sencillamente, las ramas del árbol filogenético no sólo sufren
divisiones, sino que también experimentan fusiones. Las especies se separan
para volver a unirse y luego separarse de nuevo hasta formar un entramado de
celdas, una red. Por eso, este tipo de evolución recibe el nombre de evolución
reticulada. ¿Sería posible también la evolución reticulada entre los animales?
Me
vienen a la cabeza los numerosos casos de híbridos entre aves que los
ornitólogos reportan cada año en anuarios y blogs. Es el caso, por ejemplo, de
los porrones, los patos buceadores del género Aythya. Se han descrito, por ejemplo, híbridos entre A. ferina y A. fuligula, entre A.
fuligula y A. marila, entre A. ferina y A. nyroca y entre A. collaris
y A. fuligula. Lo mismo pasa con
diversas especies de gaviotas, como las hibridaciones entre Larus hyperboreus y L. argentatus o entre L. hyperboreus
y L. smithsonianus. ¿Significa esto que las especies de las que proceden
estos híbridos no eran verdaderas especies? Si adoptamos estrictamente el
concepto biológico de especie habríamos de concluir que no lo eran.
Pero
la definición de Mayr no es la única que se ha formulado. En concreto, el concepto
biológico de especie sólo se entiende en el marco teórico de la síntesis
neodarwinista. En este contexto, las especies se forman por acumulación
progresiva de pequeños cambios a lo largo de un continuo. Es decir, dos
especies animales que hibridan son vistas como un complejo que antaño era una misma
cosa y que aún no ha llegado a separarse del todo. Van en ese camino sí, pero
aún no han llegado al aislamiento reproductivo completo, reza el neodarwinismo.
Las formas que quedan a mitad de camino se consideran sub-especies o también
semi-especies.
Especies
ecológicas
Pero, ¿y si en lugar de ese modelo
lineal de aparición de especies adoptamos otro diferente, uno no-lineal en el
que pequeños cambios genéticos (por ejemplo en genes reguladores) pueden marcar
una diferencia fenotípica sustancial, pero no relacionada con el aislamiento
reproductor? Un modelo para el que las subespecies no pasarían de ser meros
accidentes no adaptativos debidos a deriva
genética. Hablaríamos entonces de “especies ecológicas”, como las definió el gran ecólogo evolutivo americano
Van Valen, que se mantienen como tales simplemente
porque son soluciones distintas al problema de la existencia. Habitan en regiones separadas, tienen
distintas zonas de invernada, de muda o de forrajeo, y no interaccionan entre sí.
Pero sin las fronteras geográficas que las separan podrían cruzarse sin
problemas. Es decir, el aislamiento reproductor deja de ser una causa de
especiación para convertirse en una consecuencia, que puede o no darse. Entonces
desaparecen de golpe nuestros
problemas con los híbridos. En
definitiva, las especies pueden
generarse de manera relativamente rápida (a escala de tiempo geológico)
y esa especiación –esto es importante– puede tener como consecuencia, o no, el
aislamiento reproductor. En ese momento comenzaría el nacimiento de algo nuevo
a través del proceso de hibridación. Las especies ecológicas animales, como las
vegetales, responderían a un modelo de evolución en forma de red.
¿No
es esto hermoso? Sistemas dinámicos que se separan y se juntan para volver a
separarse, siguiendo el ritmo que determine el azar y la evolución de los
ecosistemas. Esto entronca, por cierto, con la famosa idea de nuestro querido
Ramón Margalef de que la evolución se da en el marco de la sucesión de los
ecosistemas. Pensemos, por ejemplo, en el chimpancé y el bonobo, separados
desde hace un millón y medio de años por el río Congo en África central. Si
ahora esa barrera biogeográfica desapareciera, ¿podrían hibridar el bonobo y el
chimpancé? Yo no apostaría mi brazo derecho a que no. ¡Al menos, no antes de
que se averigüe cómo demonios puede regenerarse un miembro perdido, al estilo
de las estrellas de mar o del ajolote mexicano!
Pardelas en el
Mediterráneo
Otro
ejemplo que me resulta familiar es el de las pequeñas pardelas del género Puffinus. Desde que el Mediterráneo
abandonara su periodo de desecación hace algo más de cinco millones de años (1),
ha visto como surgían varias especies distintas de pardelas a partir de un
ancestro común, de las cuales actualmente sólo sobreviven dos. Como sabéis, una
vive en la parte oriental del Mediterráneo (P.
yelkouan) y su especie hermana en la occidental (P. mauretanicus). Resulta que las áreas de distribución de ambas
especies coinciden en la isla de Menorca y allí hibridan (2). ¿Acaso eso significa
que no son especies verdaderas? Con el concepto ecológico de especie en la mano
no hay ninguna duda de que lo son: crían y se alimentan en zonas distintas, y
difieren morfológicamente. Simplemente, su especiación ecológica no incluyó el
aislamiento reproductor y los individuos que coinciden en Menorca pueden
hibridar. Si ese proceso se extendiera de manera espontánea a un porcentaje alto
de la población podría suponer el final de una de esas especies, pero surgiría
algo nuevo en su lugar (2b).
¿No
podría ser este un mecanismo habitual de especiación en animales? Nosotros
mismos, los Homo sapiens, somos los
primeros híbridos “impuros”. Además de nuestro ADN propio, llevamos a cuestas el
de los neandertales, los denisovanos y los pre-denisovanos, que sepamos hasta
ahora. No somos una mezcla a partes iguales, pero portamos ADN de tres especies
de humanos arcaicos. Tras nuestra salida del continente africano nos fuimos mezclando
con todos los humanos que encontramos en Eurasia. ¿Más ejemplos? Un 10% de los
genes de los coyotes del este de Estados Unidos viene de los perros domésticos
y un 25% directamente del lobo.
Cambio climático
e hibridación
Me
viene a la cabeza aquella campaña de erradicación de malvasía canela en los
años noventa, una especie americana, porque hibridaban con la nativa malvasía
cabeciblanca. Probablemente interrumpimos artificialmente un proceso de
evolución que fue iniciado involuntariamente al trasladar malvasías americanas
al Reino Unido y dejar que se escaparan. En tal caso la erradicación parece
justificada, porque no fue un proceso espontáneo, sino mediado por nosotros,
pero ¿qué hubiéramos hecho si las malvasías canales hubiesen llegado por sus propios
medios? Me temo que lo mismo.
Más
bien, deberíamos ir acostumbrándonos a esto de la hibridación. A medida que el
planeta se calienta, las áreas de distribución de las especies terminan por entrar
en contacto y son cada vez más las que hibridan entre sí. En Norteamérica, los
osos pardos están hibridando con los osos polares, al igual que las ardillas
voladoras del sur con las del norte, varias especies de reinitas del género Dendroica o las mariposas amazónicas del
género Heliconius (3). Bien podría pasar
que los híbridos, en lugar de tener problemas de adaptación, se inserten
ecológicamente con mayor facilidad y rapidez en sus ecosistemas cambiantes (4).
Es el mismo vigor híbrido que se busca al mezclar distintas variedades de
animales domésticos para generar mestizos más resistentes. De hecho, esto es
precisamente lo que parece estar pasando con los coyotes híbridos (coywolves) en aquellos lugares donde el
lobo había sido extirpado con anterioridad. Y ese parece ser también el caso de
nuestra especie, sin ir más lejos, que ha visto reforzado su sistema inmune
gracias a la hibridación con Homo
neanderthalensis.
Al
menos durante los periodos de cambio climático –y los ha habido para dar y
regalar en la historia del planeta– la hibridación ha debido ser el pan nuestro
de cada día, un mecanismo más de diversificación de animales y vegetales. Como
tal, merece nuestro respeto. También ha ocurrido en poblaciones isleñas que
quedan reducidas a un tamaño muy pequeño, pero que tienen alguna especie
hermana a mano con la que mezclarse como último recurso de supervivencia. No
podemos tenerlo todo bajo control ni esperar que el mundo se mueva por los
caminos que nosotros consideramos aceptables. La naturaleza se empeña una y
otra vez en demostrarnos que puro no hay nada, que la diversidad de estrategias
es la norma y que el mundo imaginado tiene poco que ver con el real.
Agradecimientos
A
Carlos Herrera, por hablarme del concepto de evolución reticulada. Jaume
Terradas y Marta Vila leyeron sendos borradores del trabajo y aportaron
valiosos comentarios.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. (2014). El mar
entre tierras… humanizadas. Quercus, 337: 6-8.
(2) Genovart, M. y otros autores (2005).
Two sibling species sympatrically breeding: a new conservation concern for the
critically endangered Balearic shearwater. Conservation
Genetics, 6: 601-606.
(2b) Genovart,
M. y otros autores. (2012). Genetic and phenotypic differentiation between the
critically endangered Balearic shearwater and neighboring colonies of its sibling
species. Journal of Heredity 103:330-341.
(3) Breining, G. (2015).
Coydogs and lynxcats and pizzlies. Disponible en: http://ensia.com/articles/coydogs-and-lynxcats-and-pizzlies-oh-my/
(4) Arnold, M.L. (2006). Evolution through genetic exchange. Oxford
University Press. Oxford.
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