viernes, 27 de mayo de 2016

¡Cuéntame!

Una de las actividades más provechosas para gestionar flora y fauna es, simplemente, contar. Pero muchas veces no se hace, o se hace mal. Por ejemplo, hay que contar en el momento oportuno.

Para determinar a qué ritmo crece o decrece una población, lo mejor es someterla a una serie de conteos. También nos servirá para proyectarla  hacia el futuro y predecir así qué tamaño tendrá al cabo de horas, días, semanas, meses o años. Todo según la especie que nos interese y las preguntas que queramos responder. Pero contar implica cometer errores.

Cuéntame, pero cuéntame bien
Imagina que tu tarea es averiguar cuántos nidos de gaviota patiamarilla hay en un islote cualquiera. Si estamos hablando de un islote pequeño y con poca vegetación no será difícil. Lo más seguro es que cuentes todos los nidos. Pero si hablamos de un espacio más grande la cosa cambia. Incluso con un equipo de muchas personas es fácil dejarse algún nido sin contar, escondido entre la vegetación. En estos casos puede utilizarse una sencilla técnica denominada “captura-marcaje-recaptura”. Consiste en recorrer la parcela no una, sino dos veces. Durante la primera vuelta debes marcar todos los nidos que encuentres. Las marcas deben ser fáciles de ver pero difíciles de eliminar por las gaviotas. En la segunda vuelta anotarás tanto los nidos ya marcados como los que encuentres nuevos. Esa es toda la información que necesitas para estimar el número total de nidos.

¿Cómo? Pues mediante una sencilla regla de tres. Basta con asumir que la proporción de nidos totales respecto a nidos marcados se mantiene constante entre las dos vueltas. Nunca he puesto una fórmula, una ecuación (¡y van ya más de 70 Detectives!), pero siempre hay una primera vez. Para poder explicarlo, os presento… el índice de Lincoln-Petersen: N/M = C/m. Donde N es el tamaño total de población que anhelamos averiguar, M el número de nidos marcados en la primera vuelta, C el número total de nidos encontrados en la segunda vuelta y m el número  de nidos encontrados en esa segunda vuelta que ya habían sido marcados en la primera. Si os fijáis, la situación ideal sería que m fuera igual a C, es decir, que en la segunda vuelta todos los nidos que encontremos ya hubieran sido localizados y marcados en la primera. En tal caso el cociente es igual a 1, por lo que la relación N/M es también necesariamente igual a 1, lo que quiere decir que el número real de nidos en la población es exactamente el que encontramos en la primera vuelta. Nuestro censo no habría tenido error. Pero eso pasa pocas veces. Veamos un ejemplo con números.

Supongamos que en la primera vuelta encontramos 80 nidos. En la segunda encontramos 60, de los cuales 40 ya estaban marcados por nosotros en la primera vuelta. Por lo tanto, el número estimado de nidos será de 120. Recordad que estamos hablando de estimas  aplicando el índice de Lincoln-Petersen. Si nos hubiéramos fiado de la primera vuelta nos habríamos ido a casa pensando que hay 80 nidos, mientras que había 120 en realidad. Habríamos subestimado el número de nidos en nada menos que ¡un 33%! Lógicamente, cuanto más parecidos sean C y m menos diferencia habrá también entre el primer conjunto de nidos marcados y la estima definitiva.


Zorro con un conejo en las fauces detectado por cámara de foto-trampeo. Si un zorro listo quisiera averiguar cuantos conejos hay en su territorio tendría que hacer una sesión de captura, marcar a los conejos, liberarlos sanos y salvos y volver a hacer una segunda sesión de captura (foto: Daniel Cara).
Cuéntame y estímame
Aunque la estima final puede ser puntual (un sólo número de nidos), también cabe calcularla en forma de intervalo, lo cual es mucho más adecuado. En el caso anterior (para no meter aquí otra fórmula tendréis que fiaros de mí) la estima oscila entre un mínimo de 93 y un máximo de 173 nidos.. Y ese sería nuestro resultado final. O bien nos quedamos con la estima puntual del índice de Lincoln-Petersen de 120 nidos, que sería equivalente a una media, o bien ofrecemos el intervalo de confianza en torno a esa media en forma de horquilla: entre 93 y 173 nidos.

Ahora ya tenemos una estima sólida a partir de la cual podemos calcular el ritmo de crecimiento de la población (mediante procedimientos matemáticos que no vienen al caso) y proyectarlo en el futuro. Suponiendo, claro está, que las cosas sigan sucediendo como hasta ahora.

Huelga decir que este procedimiento no sólo sirve para contar cosas estáticas, como los nidos de gaviota, sino también cabras, lobos, escarabajos o sapos. Cualquier animal que pueda ser capturado y marcado sin que eso afecte a las subsiguientes localizaciones ni a su supervivencia. Es cierto que algunos animales son difíciles de capturar o que más vale no hacerlo. Entonces lo mejor es contarlos no una sola vez, sino varias, para poder determinar nuestro grado de error (1, 2). Una forma más sofisticada de estimar N es marcar a los individuos capturados de manera individualizada (con códigos) o identificar sus marcas naturales, tarea que facilita la fotografía digital, y seguirlos a lo largo del tiempo. Es verdad que requiere mucho  esfuerzo  volver a localizar repetidas veces a los animales marcados, pero tiene la ventaja de que nuestra estima de la población será un dato sólido y que el proceso nos permitirá estimar otros parámetros demográficos importantes. A veces la genética viene en nuestra ayuda y nos permite contar los animales a partir del ADN de sus restos, como en el caso de los excrementos de nutria (3). Además, genética y captura-recaptura no son técnicas excluyentes, sino complementarias.

Cuéntame, pero en el momento oportuno
Otro problema habitual en este mundillo nuestro es que no se evalúan las medidas de gestión. El responsable suele pensar en solucionar un problema, pero no diseña su actuación de forma que pueda evaluar luego su éxito. Lo cual es fundamental para saber si se han invertido bien tanto el esfuerzo como el dinero y si vale la pena o no repetir la experiencia en otros sitios. Pongamos que se construye una vía del tren de alta velocidad y la Administración, en su declaración de impacto ambiental, considera necesario construir pasos para la fauna. De poco servirá hacerlos si luego nadie se para a evaluar su eficacia y eso exige planificar un protocolo mínimamente sesudo.

Dicho procedimiento se denomina BACI, unas siglas que todo gestor debería llevar grabadas a fuego en su mente. BACI viene de Before-After, Control-Impact. Es decir, para evaluar la efectividad de algo hemos de contar, sí, pero antes (before) y también después (after) de cada actuación. Lo ideal sería contar también durante, sobre todo en actuaciones a largo plazo. Y no sólo eso, sino que necesitamos contar también en la zona tratada (impact) y en otra lo más parecida posible (control) que no se haya visto alterada por la actuación cuya influencia queremos evaluar.

Vamos a suponer que llevamos a cabo una campaña de desratización en un islote y que luego queremos saber si eso ha tenido algún beneficio para las plantas que se comían las ratas. No basta con ir después y ver si hay muchas plantas. Para empezar, habría que comparar ese “muchas” con algo que nos permita cuantificar su aumento en densidad o diversidad, o sea, con la situación previa. En segundo lugar, hay que considerar otros posibles factores que pueden arrojar el mismo resultado; por ejemplo, quizá las plantas se recuperaron por eliminar las ratas o bien porque justo llovió en esos días lo que no había llovido en meses. Esa información nos la dará nuestro islote control, en el que observaríamos si, a pesar de tener ratas, las plantas han aumentadotambién.. Para ser justos hay que admitir que en los trabajos de campo es difícil contar con controles verdaderos. Necesitamos un islote de tamaño y características semejantes al que vamos a manejar. Pero eso, estrictamente hablando, no sucede nunca y habrá que conformarse con uno lo más parecido posible. Como la propia evolución siempre trabajamos con lo menos malo disponible, que puede distar mucho de lo mejor imaginable.
Una vez hechos los conteos en parcelas debidamente escogidas, hemos de encontrar que la variable más relevante para explicar las variaciones en la densidad de plantas es la interacción entre el antes/después y el control/tratamiento. En tal caso podremos concluir que el cambio en densidad sucedió de manera diferente en la parcela objeto de tratamiento con respecto a la que sirve de control. Si todo ha salido como esperábamos, el aumento del después respecto al antes debería ser mayor en la parcela tratada que en la control.

Cuéntame, pero no me cuentes cuentos
Para hacer las cosas bien sólo hace falta un poco de previsión y organización. Y saber echar a posteriori unos cuantos números. No cuesta gran cosa diseñar bien nuestro trabajo de campo y las ventajas son sustantivas. En el supuesto de la desratización diríamos que, en efecto, fue una actuación positiva para las plantas (no se debió a otra cosa por casualidad) y hubo un aumento en riqueza o densidad de especies cuya magnitud podemos cuantificar. ¡Perfecto!

Si tenéis responsabilidades públicas (o privadas) en el mundo de la gestión de la naturaleza, por favor, iros a dormir con estos nombres en la cabeza: Lincoln-Petersen y BACI. Las mejoras que pueden reportar a vuestra vida profesional son enormes. Para mi forman parte de lo que podríamos denominar “un mundo mejor” en lo que respecta a conservación de la biosfera.


Agradecimientos

A Daniel Oro, Giacomo Tavecchia y José Manuel Igual por leer y comentar un borrador del artículo.


Bibliografía

(1) Bibby, C.J. y otros autores (2000). Bird census techniques. Academic Press. London.

(2) Tellería, J.L. (1986). Manual para el censo de los vertebrados terrestres. Raíces. Madrid.

(3) Thalinger, B. y otros autores (2015). Molecular prey identification in Central European piscivores. Molecular Ecology Resources. Disponible en Doi:10.1111/1755-0998.12436
Leer más...