miércoles, 22 de junio de 2016

Híbridos: cuando el ruido es información/Hybrids: when noise is information

Este es un mundo de concursos caninos, felinos, ecuestres o vacunos. Es decir, un mundo en el que se valora la pureza de la raza. Pero la mayoría de los animales domésticos que tenemos a nuestro alrededor son cruzados, mil-leches,  mezclas. Hay muy pocos que sean puros.

Quizá esta obsesión por la pureza de los animales domésticos sea un reflejo del mismo mecanismo cerebral que nos lleva a buscar especies silvestres bien definidas y reproductivamente aisladas. Según el concepto biológico de especie, que enunció Ernst Mayr (1904-2005), el aislamiento reproductivo es la condición indispensable para poder definir a una especie. A cualquier especie, ya sea animal, vegetal, fúngica, protista o procariota. No hace falta decir que eso es… ¡abarcar demasiado! Dejaremos a un lado los organismos microscópicos, donde la transferencia horizontal de ADN está a la orden del día, para hablar de plantas y de animales.

¿Quedan bien definidas las plantas según el criterio de Mayr? Pues, no mucho, la verdad, a tenor de lo muy extendida que está la poliploidía en el mundo vegetal. En otras palabras, los vegetales hibridan con mucha facilidad y generan especies nuevas de manera súbita cuando se produce una irregularidad en la meiosis y no se da la disyunción de los cromosomas. Por tanto, se admite y reconoce que entre las plantas la hibridación es un mecanismo no sólo habitual sino generador de riqueza biológica. De los cruces entre especies vegetales surgen novedades y nadie se extraña de un híbrido vegetal. Pongamos por caso el cruce de dos especies del género Quercus, que da nombre a esta revista. En Extremadura, por ejemplo, llaman “mestos” a los híbridos de encina y alcornoque. Pero cuando esto ocurre en el reino animal se disparan todas las alarmas. Nadie espera que surja nada bueno de un cruce entre especies animales. Tan sólo se espera una pérdida de pureza en el acervo genético de cada especie.


Tafoni. Formación geomorfológica propia de rocas granulares expuestas a diversos mecanismos de erosión física. Se muestra aquí sólo como ejemplo visual de la formación de una retícula. Según la evolución reticulada las especies no sólo se separarían en forma de árbol siempre bifurcante sino que sufrirían también procesos eventuales de fusión por hibridación, dando lugar a una red o retícula. (Foto: internet). 
Evolución reticulada
En el mundo de las plantas más nos valdría olvidarnos de los clásicos árboles filogenéticos, con ramas que se separan, y sustituirlos por una estructura en forma de red. Sencillamente, las ramas del árbol filogenético no sólo sufren divisiones, sino que también experimentan fusiones. Las especies se separan para volver a unirse y luego separarse de nuevo hasta formar un entramado de celdas, una red. Por eso, este tipo de evolución recibe el nombre de evolución reticulada. ¿Sería posible también la evolución reticulada entre los animales?

Me vienen a la cabeza los numerosos casos de híbridos entre aves que los ornitólogos reportan cada año en anuarios y blogs. Es el caso, por ejemplo, de los porrones, los patos buceadores del género Aythya. Se han descrito, por ejemplo, híbridos entre A. ferina y A. fuligula, entre A. fuligula y A. marila, entre A. ferina y A. nyroca y entre A. collaris y A. fuligula. Lo mismo pasa con diversas especies de gaviotas, como las hibridaciones entre Larus hyperboreus y L. argentatus o entre L. hyperboreus y L. smithsonianus. ¿Significa esto que las especies de las que proceden estos híbridos no eran verdaderas especies? Si adoptamos estrictamente el concepto biológico de especie habríamos de concluir que no lo eran.

Pero la definición de Mayr no es la única que se ha formulado. En concreto, el concepto biológico de especie sólo se entiende en el marco teórico de la síntesis neodarwinista. En este contexto, las especies se forman por acumulación progresiva de pequeños cambios a lo largo de un continuo. Es decir, dos especies animales que hibridan son vistas como un complejo que antaño era una misma cosa y que aún no ha llegado a separarse del todo. Van en ese camino sí, pero aún no han llegado al aislamiento reproductivo completo, reza el neodarwinismo. Las formas que quedan a mitad de camino se consideran sub-especies o también semi-especies.

Especies ecológicas
Pero, ¿y si en lugar de ese modelo lineal de aparición de especies adoptamos otro diferente, uno no-lineal en el que pequeños cambios genéticos (por ejemplo en genes reguladores) pueden marcar una diferencia fenotípica sustancial, pero no relacionada con el aislamiento reproductor? Un modelo para el que las subespecies no pasarían de ser meros accidentes no adaptativos debidos a  deriva genética. Hablaríamos entonces de “especies ecológicas”, como las definió el gran ecólogo evolutivo americano Van Valen, que se mantienen como tales simplemente porque son soluciones distintas al problema de la existencia. Habitan en regiones separadas, tienen distintas zonas de invernada, de muda o de forrajeo, y no interaccionan entre sí. Pero sin las fronteras geográficas que las separan podrían cruzarse sin problemas. Es decir, el aislamiento reproductor deja de ser una causa de especiación para convertirse en una consecuencia, que puede o no darse. Entonces desaparecen de golpe nuestros problemas con los híbridos. En definitiva, las especies pueden generarse de manera relativamente rápida (a escala de tiempo geológico) y esa especiación –esto es importante– puede tener como consecuencia, o no, el aislamiento reproductor. En ese momento comenzaría el nacimiento de algo nuevo a través del proceso de hibridación. Las especies ecológicas animales, como las vegetales, responderían a un modelo de evolución en forma de red.

¿No es esto hermoso? Sistemas dinámicos que se separan y se juntan para volver a separarse, siguiendo el ritmo que determine el azar y la evolución de los ecosistemas. Esto entronca, por cierto, con la famosa idea de nuestro querido Ramón Margalef de que la evolución se da en el marco de la sucesión de los ecosistemas. Pensemos, por ejemplo, en el chimpancé y el bonobo, separados desde hace un millón y medio de años por el río Congo en África central. Si ahora esa barrera biogeográfica desapareciera, ¿podrían hibridar el bonobo y el chimpancé? Yo no apostaría mi brazo derecho a que no. ¡Al menos, no antes de que se averigüe cómo demonios puede regenerarse un miembro perdido, al estilo de las estrellas de mar o del ajolote mexicano!

Pardela balear (Puffinus mauretanicus) en la hura donde se reproduce. Esta especie hibrida con la pardela mediterránea (P. yelkouan) allí donde coinciden sus áreas de distribución, como en la isla de Menorca. Lo cual no es algo anormal ni significa que ambas pardelas pierdan su categoría de especie (Foto: Maite Louzao).

Pardelas en el Mediterráneo
Otro ejemplo que me resulta familiar es el de las pequeñas pardelas del género Puffinus. Desde que el Mediterráneo abandonara su periodo de desecación hace algo más de cinco millones de años (1), ha visto como surgían varias especies distintas de pardelas a partir de un ancestro común, de las cuales actualmente sólo sobreviven dos. Como sabéis, una vive en la parte oriental del Mediterráneo (P. yelkouan) y su especie hermana en la occidental (P. mauretanicus). Resulta que las áreas de distribución de ambas especies coinciden en la isla de Menorca y allí hibridan (2). ¿Acaso eso significa que no son especies verdaderas? Con el concepto ecológico de especie en la mano no hay ninguna duda de que lo son: crían y se alimentan en zonas distintas, y difieren morfológicamente. Simplemente, su especiación ecológica no incluyó el aislamiento reproductor y los individuos que coinciden en Menorca pueden hibridar. Si ese proceso se extendiera de manera espontánea a un porcentaje alto de la población podría suponer el final de una de esas especies, pero surgiría algo nuevo en su lugar (2b).

¿No podría ser este un mecanismo habitual de especiación en animales? Nosotros mismos, los Homo sapiens, somos los primeros híbridos “impuros”. Además de nuestro ADN propio, llevamos a cuestas el de los neandertales, los denisovanos y los pre-denisovanos, que sepamos hasta ahora. No somos una mezcla a partes iguales, pero portamos ADN de tres especies de humanos arcaicos. Tras nuestra salida del continente africano nos fuimos mezclando con todos los humanos que encontramos en Eurasia. ¿Más ejemplos? Un 10% de los genes de los coyotes del este de Estados Unidos viene de los perros domésticos y un 25% directamente del lobo.

Cambio climático e hibridación
Me viene a la cabeza aquella campaña de erradicación de malvasía canela en los años noventa, una especie americana, porque hibridaban con la nativa malvasía cabeciblanca. Probablemente interrumpimos artificialmente un proceso de evolución que fue iniciado involuntariamente al trasladar malvasías americanas al Reino Unido y dejar que se escaparan. En tal caso la erradicación parece justificada, porque no fue un proceso espontáneo, sino mediado por nosotros, pero ¿qué hubiéramos hecho si las malvasías canales hubiesen llegado por sus propios medios? Me temo que lo mismo.

Más bien, deberíamos ir acostumbrándonos a esto de la hibridación. A medida que el planeta se calienta, las áreas de distribución de las especies terminan por entrar en contacto y son cada vez más las que hibridan entre sí. En Norteamérica, los osos pardos están hibridando con los osos polares, al igual que las ardillas voladoras del sur con las del norte, varias especies de reinitas del género Dendroica o las mariposas amazónicas del género Heliconius (3). Bien podría pasar que los híbridos, en lugar de tener problemas de adaptación, se inserten ecológicamente con mayor facilidad y rapidez en sus ecosistemas cambiantes (4). Es el mismo vigor híbrido que se busca al mezclar distintas variedades de animales domésticos para generar mestizos más resistentes. De hecho, esto es precisamente lo que parece estar pasando con los coyotes híbridos (coywolves) en aquellos lugares donde el lobo había sido extirpado con anterioridad. Y ese parece ser también el caso de nuestra especie, sin ir más lejos, que ha visto reforzado su sistema inmune gracias a la hibridación con Homo neanderthalensis.

Al menos durante los periodos de cambio climático –y los ha habido para dar y regalar en la historia del planeta– la hibridación ha debido ser el pan nuestro de cada día, un mecanismo más de diversificación de animales y vegetales. Como tal, merece nuestro respeto. También ha ocurrido en poblaciones isleñas que quedan reducidas a un tamaño muy pequeño, pero que tienen alguna especie hermana a mano con la que mezclarse como último recurso de supervivencia. No podemos tenerlo todo bajo control ni esperar que el mundo se mueva por los caminos que nosotros consideramos aceptables. La naturaleza se empeña una y otra vez en demostrarnos que puro no hay nada, que la diversidad de estrategias es la norma y que el mundo imaginado tiene poco que ver con el real.

Agradecimientos
A Carlos Herrera, por hablarme del concepto de evolución reticulada. Jaume Terradas y Marta Vila leyeron sendos borradores del trabajo y aportaron valiosos comentarios.

Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. (2014). El mar entre tierras… humanizadas. Quercus, 337: 6-8.
(2) Genovart, M. y otros autores (2005). Two sibling species sympatrically breeding: a new conservation concern for the critically endangered Balearic shearwater. Conservation Genetics,  6: 601-606.  
(2b) Genovart, M. y otros autores. (2012). Genetic and phenotypic differentiation between the critically endangered Balearic shearwater and neighboring colonies of its sibling species. Journal of Heredity 103:330-341. 
(3) Breining, G. (2015). Coydogs and lynxcats and pizzlies. Disponible en: http://ensia.com/articles/coydogs-and-lynxcats-and-pizzlies-oh-my/
(4) Arnold, M.L. (2006). Evolution through genetic exchange. Oxford University Press. Oxford.
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