Muchas
actividades humanas consisten en contemplar de forma prolongada un evento, un
fenómeno o una manufactura. La del naturalista, sin embargo, se compone con
frecuencia de instantes, de observaciones momentáneas aunque, eso sí,
gloriosas.
Este
artículo será un relato de un par de instantes. Un breve relato de momentos
vividos en el campo que han sido fuente de inspiración y reflexión además de
enorme disfrute.
Residentes e intrusos
Llevaba
mucho tiempo con la idea de escribir algo así. El detonante fue algo que me
ocurrió el 16 de enero de 2015, alrededor de las seis y media de la tarde.
Había salido de paseo campestre, como suelo hacer diariamente después del
trabajo, y me dirigí a las riberas del río de mi pueblo adoptivo (de cuyo
nombre no puedo acordarme) en Galicia. Ante la algarabía orquestada por tres
cornejas alcé la vista hacia la copa de los árboles y vi que el jaleo procedía
de un riña entre córvidos de negro
plumaje y un ratonero que trataba de posarse en una rama. Las cornejas
delataron su presencia con graznidos, algo que también hacen las urracas, y luego
persiguieron al ave de presa hasta conseguir que se alejara. Sé que no es un
hecho extraño ni infrecuente, pero pocas veces nos paramos a pensar por qué ha
de ser así. ¿Por qué la familia de los cuervos ha de repudiar de tal manera a
las aves de presa? ¿Sólo demuestran tal saña con las rapaces? En Gales recuerdo
haber visto una escena similar protagonizada por cornejas y una garza real.
¿Acaso los ratoneros y las garzas son potenciales depredadores de cornejas? Lo
dudo mucho, fuera del expolio ocasional de algún nido.
El
odio instintivo de las rapaces diurnas hacia las rapaces nocturnas tampoco
termina de estar muy fundado en la depredación. ¿Es el búho real un habitual depredador
de aguiluchos cenizos y halcones de Eleonora? Realmente, no. Y, sin embargo,
nuestros colegas de la Universidad de Alicante emplean con éxito ese viejo conocimiento de
los cetreros para capturar aguiluchos y halcones que luego marcan con fines
científicos.
Yo
tengo la sospecha de que esas reacciones agresivas se deben a que los
habitantes de un lugar tienen respuestas xenófobas ante todo lo que sea ajeno a
su comunidad. Bueno, más bien hasta que el extraño se integra en la comunidad. También
sucede entre los humanos. Pensemos en el trivial acto de coger un autobús:
cuando accedes al vehículo y estás pagando el billete, el resto de los viajeros
te percibe como un elemento hostil. No encuentras el beneficio de la duda en la
mirada de la gente que, sentada, forma la "comunidad" instantánea residente del autobús.
Eres sospechoso de todo. Sin embargo, avanzas por el pasillo y en un acto de
valentía –y también de demostración de paz– ocupas tranquilamente un asiento
vacío. En ese momento has sido aceptado por la comunidad y tú mismo te
conviertes en residente y evaluador del posible peligro que entrañe el próximo
que entre por la puerta. Todo sucede en cuestión de segundos o décimas de
segundo y de manera inconsciente. Pero sucede y todos lo sabemos.
Pues
algo similar creo yo que pasa en las comunidades animales. Ese ratonero y esa
garza, que las cornejas persiguieron, probablemente no eran residentes habituales
de aquel territorio, de aquella arboleda. Y las cornejas lo saben. Estoy
proponiendo, sí, que los animales residentes se conocen individualmente en el
seno de una comunidad. Que tienen nombre y apellidos. También creo que las ovejas que pastan en un prado
conocen el sonido individual que hace el cencerro que llevan colgado al cuello
las otras. Si entrase una oveja nueva el rebaño con un nuevo sonido al cuello lo percibirían al instante. Lo que se rechaza es lo extraño, lo foráneo. Hasta que se conoce y
se incorpora. Es un rechazo instintivo con bases biológicas profundas que la especie humana maneja culturalmente, con mejor
o peor acierto, gracias a su pensante corteza cerebral. Es decir, todo lo anterior implica que la xenofobia pueda tener bases biológicas, lo cual es una ayuda para entender mejor porqué hacemos determinadas cosas de las que la sociedad del siglo XXI en su conjunto no se siente nada orgullosa. Conocer nuestras vulnerabilidades es el primer paso para poder evitarlas.
Buena parte de los pueblos indígenas del planeta se llaman a sí mismos “la gente”. Es decir, piensan que son los únicos habitantes del mundo y todos los demás son otra cosa distinta y sospechosa. Esa xenofobia instintiva se ha ido domeñando con la cultura, con la vida sedentaria en grandes urbes multiculturales. La aceptación humana del extraño, del extranjero, es relativamente reciente ¡y un gran logro de la humanidad! Pero ahí fuera, en la naturaleza, las leyes del rechazo a lo extraño siguen operando. Esta es una hipótesis fácilmente contrastable e invito a quienes tengan oportunidad de estudiarla a que lo hagan. Por ejemplo bastaría con poner en Columbretes un señuelo de pelícano o de flamenco (por citar dos especies de aves voluminosas y no depredadoras de halcones) y observar la reacción de los halcones de Eleonora. Me encantaría conocer los resultados y, si estoy equivocado, admitirlo y plantearme una nueva explicación para tales hechos. Así funciona el método hipotético-deductivo de la ciencia moderna.
Buena parte de los pueblos indígenas del planeta se llaman a sí mismos “la gente”. Es decir, piensan que son los únicos habitantes del mundo y todos los demás son otra cosa distinta y sospechosa. Esa xenofobia instintiva se ha ido domeñando con la cultura, con la vida sedentaria en grandes urbes multiculturales. La aceptación humana del extraño, del extranjero, es relativamente reciente ¡y un gran logro de la humanidad! Pero ahí fuera, en la naturaleza, las leyes del rechazo a lo extraño siguen operando. Esta es una hipótesis fácilmente contrastable e invito a quienes tengan oportunidad de estudiarla a que lo hagan. Por ejemplo bastaría con poner en Columbretes un señuelo de pelícano o de flamenco (por citar dos especies de aves voluminosas y no depredadoras de halcones) y observar la reacción de los halcones de Eleonora. Me encantaría conocer los resultados y, si estoy equivocado, admitirlo y plantearme una nueva explicación para tales hechos. Así funciona el método hipotético-deductivo de la ciencia moderna.
La comunidad de
las nutrias
El
caso es que aquel suceso me hizo pensar. Volvía a casa satisfecho, pues un instante
que da para reflexionar así bien premia una tarde entera, un día entero. Pero
hubo más. Aquella fue una tarde de dos instantes. Había llovido por la mañana y
el río venía recrecido y achocolatado. Lo miré de reojo, ya con la luz cayendo,
y me pareció ver un objeto alargado flotante, como un tronco a la deriva. Lo
curioso del asunto es que navegaba río arriba, es decir, ¡contracorriente! Sí,
había dado la casualidad de que en ese instante que miré hacia el río pasaba
una nutria nadando. Había acudido al río montones de veces a ver si tenía el
gusto de observarlas, pero siempre con resultados negativos. Muchas esperas
saldadas con fracasos. Y justo en aquel momento, en el que aún tenía cornejas,
autobuses y ratoneros en la cabeza, aparece la nutria como un regalo caído del
cielo. A los pocos segundos salió caminando del agua en una zona de pendiente
suave, desprovista de vegetación, dio una vuelta sobre sí misma y estornudó.
Deduzco que le había entrado agua en las fosas nasales debido a la fuerza que
traía el río crecido y por navegarlo en contra de la corriente. Después re-emprendió su acuático camino río arriba, nadando. Al entrar en el agua se dio
cuenta de mi presencia y, sin ponerse demasiado nerviosa, se sumergió y buceó
unos diez metros, saliendo de nuevo a la superficie y retomando su camino
hacia la cabecera.
En
este caso la reflexión vino ligada a la actividad diurna de la nutria y a cómo
se han habituado estos singulares mustélidos del siglo XXI a una presencia
humana que hoy en día resulta inofensiva. Un tema, el de la moderna fauna sin
miedo, al que acudo recurrentemente en las páginas de Quercus. Hasta hace unas pocas décadas, las nutrias eran
perseguidas por la piel, pero sus poblaciones se han recuperado enormemente durante
los últimos 50 ó 60 años de tregua. Ahora se mueven sin problemas a plena luz
del sol y no eluden las zonas altamente transformadas por nuestras actividades.
A la hora de cazar buscan las aguas remansadas de los embalses, las presas de
antiguos molinos e incluso las lagunas de las estaciones potabilizadoras o de los campos de golf. Soportan cauces
hormigonados, comen cangrejos americanos y peces introducidos. ¿Dónde queda la
imagen idílica de las nutrias como habitantes de las cabeceras impolutas y prístinas de los ríos? ¿De
la nutria especialista e indicadora de calidad de las aguas? Se esfumó. Gone for ever. Y, afortunadamente,
emergió una nutria superviviente, plástica, ecléctica, generalista, nada
sibarita, todoterreno. Digo afortunadamente porque, en caso contrario, no
habría llegado hasta nuestros días.
Después
de reflexionar sobre las cornejas, sentí que las nutrias habían incorporado a los
seres humanos como parte del decorado en su vida cotidiana. Unos extraños mamíferos
bípedos, ruidosos y curiosos, pero inofensivos. Ocupamos nuestro asiento en el
autobús sin meternos con ellas. Decía Wenceslao Fernández Flórez en su
magnífica novela El bosque animado que
las bestezuelas de la fraga de Cecebre se deseaban entre sí “que el hombre te
ignore”, como el mejor de los destinos posibles. Nosotros, los naturalistas, no las
ignoramos y estamos encantados de vivir con ellas unos instantes valiosísimos,
que embellecen nuestras vidas, pues aspiramos a formar parte de su
comunidad.