Algunas estructuras
geomorfológicas pueden inducir a engaño. Por ejemplo, dos depresiones de
aspecto similar, pero localizadas en ambientes distintos, parecen sugerir un
mismo agente causal. Pero, al desconocer los procesos subyacentes, hay quien
invoca la participación de fuerzas externas a la naturaleza; cayendo, no ya en
el error, sino en la construcción de un mito.
Seguro
que todos conocéis las marmitas, esas estructuras consistentes en el vaciado
cilíndrico de una roca por la acción erosiva del agua, ya sea en el mar o en los
ríos. El agente erosivo es el agua en movimiento, aunque emplea como
herramienta de cincelado los guijarros, más o menos grandes según los casos,
que giran una y otra vez dentro de la cavidad. Así pues, las marmitas se
generan por un proceso meramente físico que da lugar a pequeñas pozas que luego
utilizan la flora y la fauna. La ecología siempre sucede dentro del marco
geológico. El caso es que el nombre de marmita no les ha caído del cielo. En
parla popular, marmita es sinónimo de olla, puchero o cazuela y, si
profundizamos un poco más en el asunto, descubriremos que esas pozas de los
ríos se llaman en realidad “marmitas de gigantes”. ¿Por qué de gigantes? Aquí
es donde la acepción culinaria cobra sentido. ¿Cómo se iban a formar unos
orificios tan perfectamente circulares y profundos si no es por intervención
humana? Pero no de un humano cualquiera, porque el guiso que cabe en una gran
marmita ¡sólo puede servir para dar de comer a un gigante! Así pues, la
sabiduría popular establecía una relación de causa-efecto equivocada y atribuía
a seres enormes y poderosos la excavación de marmitas en los ríos, pasando por
alto lo que son capaces de hacer unas piedras movidas en círculo por la
corriente durante largos periodos de tiempo.
Pasos de gigante
El
caso es que sobre las rocas plutónicas se originan otras estructuras muy
parecidas. En inglés se denominan gnamma pits y “pilancones” en román paladino,
aunque sea un término no recogido por la Real Academia Española. Los pilancones
tienen un aspecto bastante similar al de las marmitas, pero surgen por un
proceso algo diferente que conjuga erosión física y química. Como todo el mundo
sabe, el granito está formado por cuarzo, feldespatos y micas. Pues bien, expuesto
al aire y a la lluvia, sus feldespatos (magnésicos o potásicos) sufren una transformación
química que da lugar a un polvillo abrasivo que, movido por el viento, genera
estructuras erosivas de tipo circular. El mecanismo se retroalimenta
positivamente, de manera que lo que empieza siendo un agujerito termina por
convertirse en un gran hueco con aspecto de marmita. Al retener agua, lo
pilancones también devienen en pequeños ecosistemas, primero acuáticos y luego terrestres
por deposición de sedimentos. Un microcosmos digno de estudio pormenorizado. Las
personas ilustradas que saben cómo se forman las marmitas suelen pensar que los
pilancones tienen el mismo origen, pero hay notables diferencias. En el caso de
los pilancones primero interviene la química y después la física, el aire que
mueve en círculo el polvillo abrasivo a modo de máquina pulidora. Pero, vaya,
no andan muy descaminados. El ideario popular ha creado asimismo mitos en torno
a unas formaciones que vuelven a recordar la labor de seres gigantescos y
desconocidos.
La
unión de dos pilancones, por erosión físico-química del agua y posterior
intervención del viento, ha dado lugar a una peculiar forma con aspecto de
huella de gigante (Foto del autor)
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Por ejemplo, en la primera foto de estas páginas vemos una
estructura formada por dicho proceso erosivo, que ha acabado uniendo dos
pilancones. En la provincia de A Coruña el resultado se conoce como “pisada” o “huella”
de Roldán, porque fortuitamente ha adquirido el aspecto de una huella de
zapato. Si además resulta que alguien encontró otra similar en la sierra de
enfrente, sólo cabe concluir que la huella pertenecía a un gigante que daba
grandes zancadas.
Una
vez más, la explicación a un patrón real se resuelve mediante un argumento
fantástico que acaba consolidándose como mito. Un buen ejemplo de lo difícil,
meritoria y poco intuitiva que puede llegar a ser la adquisición de conocimientos.
Y, también, de la importancia de nuestra mente simbólica, capaz de inventarse cualquier
cosa con tal de tranquilizar a la maquinaria pensante. Una adquisición reciente
de la mente humana que debió de resultar muy útil para la supervivencia en
tiempos duros.
Cala
formada en las costas gallegas por la exposición de láminas de roca
metamórfica, inclinadas 90 grados y expuestas a la acción erosiva del mar (Foto del autor)
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Calas de
diversos estilos
¿A
quién no le gusta disfrutar de una cala en las islas Baleares? Pero calas hay
en otras costas, aunque de procedencia bien distinta. Las típicas calas baleares
siempre están asociadas al cauce de torrentes que han abierto su camino en la
roca durante el Pleistoceno. Con la llegada del Holoceno el nivel del mar
ascendió considerablemente y avanzó tierra adentro a lo largo de esos valles abiertos
por los cursos de agua. Cuando se estabiliza el nivel del mar acaba formándose
una playa, tanto por arrastre de sedimentos minerales desde tierra, como por
aporte de restos de conchas, caparazones y algas desde el mar.
En
la segunda fotografía vemos otra modalidad de cala. En este caso, los
sedimentos antaño depositados sobre el fondo marino han sufrido un giro de 90
grados durante una fase de orogenia y quedan expuestos a la erosión del oleaje.
Las capas de roca menos consolidada se erosionan con mayor facilidad que las más
compactas, de modo que acaban formándose pequeñas playas entre grandes paredes
de roca, como pasaba en el caso balear. Resultados similares obtenidos por vías
muy distintas. Los afloramientos verticales de la imagen no siempre terminan en
playas, sino que pueden formar también grietas o cuevas que en Galicia se llaman
“furnas”. Para que el mito no se sintiera desatendido durante mucho tiempo, tales
aberturas fueron consideradas vías de entrada al inframundo, al Hades, donde
penetró Ulises antes de regresar al
mundo de los vivos. De nuevo una explicación simbólica para tranquilizar
nuestras mentes pensantes ante lo desconocido.
Presas naturales
y artificiales
Los
ejemplos de resultados convergentes por procedimientos distintos son
inacabables en la naturaleza. Pienso, por ejemplo, en los represamientos.
Además de los ingenieros y los castores, la propia gea puede formar presas en
los cauces fluviales por distintas vías. Una de ellas serían las morrenas terminales,
resultado de la erosión glaciar y el depósito de materiales. Otra serían los travertinos,
la deposición de carbonatos sobre la vegetación sumergida de un río. Cuando los
travertinos tienen desarrollo horizontal puede acabar formando embalses
naturales, como ocurre en las lagunas de Ruidera. También podrían incluirse
aquí los acantilados.
Tenemos
suerte de vivir unos tiempos en que la ciencia ha dejado reducidos a leyendas
los mitos populares propiciados por el desconocimiento de los procesos naturales.
Las patas de las garzas no segregan ningún aceite para atraer a sus presas, como
se cree en el Reino Unido; el agua de las fuentes de la sierra de Tramuntana,
en Mallorca, no viene de los Pirineos, como reza el mito; las curiosas formas
de las rocas ígneas del Guadarrama se
han formado por plegamiento, fractura y erosión a lo largo de periodos muy
extensos de tiempo, por mucho que al ojo humano le recuerde a objetos concretos.
Para
mí, todo esto representa una liberación, pues la ciencia libra al ser humano
del miedo. Un miedo con el que se le puede manipular cuando desconoce la
verdadera razón de las cosas. La ciencia no sólo nos regala la felicidad de una
sonrisa ante una relación causal correcta, sino que nos hace un poco más libres
a todos. Sólo por eso merece la pena. ¡Ya lo creo!
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