Bueno, no es que
yo esté saturado, pero me gustaría hablaros de cómo se saturan los sistemas
naturales. No pueden con todo y, gracias a ello, se libran de que los
explotemos hasta la saciedad. La ecuación no es tan sencilla como “dame esto,
esto y esto, y produzco sin parar”. Pasa con los seres humanos… y con los no
humanos, también.
Los
naturalistas conocen desde muy antiguo las relaciones entre depredadores y presas,
esas que tanta pasión despiertan en los documentales televisivos de la sobremesa.
Pero hasta los años veinte del siglo pasado nadie trató de representarlas
mediante unas ecuaciones matemáticas que permitieran hacer predicciones
prácticas. ¡No salgáis corriendo! Prometo que la historia será bastante
entretenida.
La tarea fue abordada (al mismo tiempo, pero de forma independientemente, como pasa tantas veces en ciencia) por el italiano Vito Volterra y el estadounidense de adopción Alfred Lotka. Estos dos matemáticos pensaron que, a medida que aumenta el número de depredadores o de presas, será mayor la probabilidad de que unos se encuentren con las otras. Bien porque hay muchos depredadores, bien porque hay muchas presas o bien por ambas cosas a la vez. En la fórmula que desarrollaron, la velocidad a la que crece una población de presas sólo dependía de dos aspectos: aquello que genera presas (el crecimiento natural de las poblaciones al reproducirse exponencialmente) y aquello que elimina presas (la mortalidad infligida por los depredadores). A su vez, dicha mortalidad dependía proporcionalmente del número de encuentros entre depredador y presa que termina en una captura con muerte, lo cual depende de la eficiencia del depredador y de la abundancia de los dos agentes implicados.
La tarea fue abordada (al mismo tiempo, pero de forma independientemente, como pasa tantas veces en ciencia) por el italiano Vito Volterra y el estadounidense de adopción Alfred Lotka. Estos dos matemáticos pensaron que, a medida que aumenta el número de depredadores o de presas, será mayor la probabilidad de que unos se encuentren con las otras. Bien porque hay muchos depredadores, bien porque hay muchas presas o bien por ambas cosas a la vez. En la fórmula que desarrollaron, la velocidad a la que crece una población de presas sólo dependía de dos aspectos: aquello que genera presas (el crecimiento natural de las poblaciones al reproducirse exponencialmente) y aquello que elimina presas (la mortalidad infligida por los depredadores). A su vez, dicha mortalidad dependía proporcionalmente del número de encuentros entre depredador y presa que termina en una captura con muerte, lo cual depende de la eficiencia del depredador y de la abundancia de los dos agentes implicados.
Linces y conejos
Pensando
en un ejemplo práctico, el crecimiento de una población de conejos depende de
cómo se reproduzcan y de cuántos sean capturados. Se supone que los linces
capturarán más conejos cuanto más abundantes sean los lagomorfos, cuanto más
numerosos sean los propios linces o ambas cosas a la vez. Pero, claro, todos
sabemos que esta es una visión simplista del asunto. No es verdad que cuantos
más conejos haya más cazarán los linces, porque llega un momento en que los
linces... se saturan. No dan abasto. Puede que la fórmula funcione hasta alcanzar una
densidad hipotética de 1.000 conejos por hectárea, pero si hay 1.100 o 5.000
los linces cazarán el mismo número de conejos porque lleva un tiempo atraparlos, procesarlos
y digerirlos. Por tanto, la relación entre el número de presas consumidas y su
abundancia no es lineal. La curva que representa el consumo de conejos por los
linces aumenta cada vez más lentamente a medida que crece el número de presas
disponibles. Es decir, tiene rendimientos decrecientes hasta que llega al punto
de saturación; entonces alcanza una meseta y de ahí ya no se mueve. El motivo es que la
proporción de capturas decrece a medida que aumenta la densidad de presas. Por
eso las poblaciones grandes de conejo soportan mejor la depredación que las
pequeñas. Aunque también es cierto que, si las poblaciones son muy muy pequeñas,
la tasa a la que los linces capturan conejos también baja, debido a la
dificultad para localizarlos. Es decir, la proporción de conejos consumidos por
linces alcanza un máximo a densidades intermedias de conejo. Los
linces cazan proporcionalmente más cuando los conejos no son ni muy escasos ni
muy abundantes. Dicho sea de paso, probablemente eso explica cómo es posible que a pesar de que los tramperos han capturado decenas de miles de castores o de nutrias marinas no hayan acabado con ellas. Por debajo de cierta abundancia el esfuerzo por localizarlas no compensa. ¡Menos mal!
Esta
misma estrategia también les funciona muy bien a los árboles que, de vez en
cuando, producen frutos en cantidades ingentes. Es el caso, por ejemplo, de las
encinas o los acebuches, que son veceros. Los años de cosecha masiva, los
consumidores (zorzales o ardillas) acabarán saciándose a partir de un cierto
grado de consumo, con lo cual muchos frutos quedarán disponibles para generar
nuevas encinas o nuevos acebuches.
Estancamiento
por competencia
Además,
el tamaño de las poblaciones no sólo se regula por depredación. También
actúan otros procesos ecológicos como el parasitismo o la competencia. En cada
grupo de especies pesa más uno u otro de estos procesos. En el caso de los
conejos, el crecimiento puede depender del tamaño de su población o de la
cantidad de otros herbívoros que coman lo mismo. A bajas densidades, la
población crecerá de forma muy rápida pero, a medida que se vayan acumulando
conejos, el alimento empezará a escasear y hará que la velocidad de crecimiento
se ralentice.
Ese
momento, por ejemplo, no ha llegado todavía en las poblaciones humanas. Hemos
pasado de menos de 5 millones de personas en el Paleolítico a 7.000 millones a comienzos
del siglo XXI. No está mal. Pero el actual ritmo de crecimiento no se mantendrá
eternamente. Llegará un punto en que actuará la denso-dependencia, es decir, que
cada vez tocaremos a menos. Debido a nuestros avances tecnológicos es muy
difícil predecir cuándo vamos a alcanzar dicho punto. Ahora tiramos entre el 30
y el 40% de la comida que se produce, por lo que no parece que ésta sea un factor
limitante. Podrían llegar a serlo las fuentes de energía. Pero si los
combustibles fósiles fueran tan escasos que resultaran inasequibles al bolsillo
medio, quizá la humanidad acabaría desarrollando la energía nuclear de fusión o
la hidrólisis barata del agua (imitando a las plantas) para obtener hidrógeno
limpiamente. Por tanto, el nivel de saturación humana del planeta, su capacidad
de carga, es una variable difícil de predecir.
El número de
especies
En
diciembre de 2012 ya dejé caer que los procesos capaces de determinar el número
de especies en una región biogeográfica no tienen por qué basarse en la
saturación (1). Siguiendo
a Wilson y MacArthur parecería que sí, que el número de especies se satura
cuando llegan nuevas especies desde fuera del sistema al mismo ritmo que se extinguen localmente. Pero este
razonamiento pasa por alto que las especies pueden surgir in situ y que aparecen con mayor rapidez cuantas más haya. Es decir, las especies llaman a las especies, como el dinero llama al dinero. Un ambiente
cargado de especies puede fomentar la macro-especialización, lo cual conduce a la
generación de nuevas especies, llevando a ecosistemas lejos en este caso de la
saturación. Los nichos ecológicos muchas veces más que existir son construidos por las propias especies. Así pues, es imposible saber cuántas especies llegará a tener un ecosistema dado.
Que la diversidad llame a la diversidad puede ser uno de los factores que hay detrás
del elevadísimo número de especies que encontramos en las latitudes tropicales, aunque no el único. Si los nichos estuvieran definidos a priori y todos rellenos no podría entrar nadie más en los sistemas naturales. Los nichos ecológicos se construyen gracias a la presencia de otras especies y gracias a la gran plasticidad de los seres vivos que se encajan en las redes ecológicas sin que la evolución tenga nada que ver. Prueba de que los ecosistemas están lejos de la saturación es la entrada de especies exóticas.
Las plantas no
se dejan explotar
También
hemos hablado en otras ocasiones de cómo se las apañan las plantas para construir
su cuerpo con el carbono presente en el aire que respiramos, en forma de
dióxido de carbono (2). No hace falta ser muy vivo para darse cuenta de que las
plantas deberían estar de enhorabuena si ahora estamos aumentando artificialmente la
concentración de este gas en la atmósfera (por cierto, una concentración que es muy
baja, pues se mide en partes por millón y no en tantos por cien como la del nitrógeno
y la del oxígeno). Pero eso es sólo parcialmente cierto y viene a ser un caso
similar al de los conejos y los linces. Hasta cierta concentración de dióxido de carbono
la planta aumenta su productividad, pero llega un momento en el que la
maquinaria fotosintética se satura. ¿Por qué? Por diversas razones en realidad. Por encima de cierta concentración de dióxido de carbono el enzima Rubisco (que cataliza la fijación del gas) se satura. Y no sólo eso sino que la maquinaria fotosintética necesita mucho nitrógeno y si se destina mucho (del escaso) nitrógeno a la fotosíntesis no queda para la necesaria síntesis de proteínas. Por otro lado si escasea el nitrógeno la planta destina más carbono a la producción de raíces con lo cual la maquinaria fotosintética se ve reducida. También se satura la fotosíntesis si la concentración de oxígeno es muy alta porque se inicia el proceso de fotorrespiración o metabolismo C2. Por otro lado si escasea el agua las plantas cierran los estomas lo que impide la entrada de dióxido de carbono, si la temperatura ambiente es muy alta los enzimas que catalizan la fotosíntesis se desnaturalizan, si la intensidad luminosa es muy alta o el número de horas de luz muy elevado también aumenta la fotosíntesis hasta alcanzar un punto de saturación de la maquinaria y si se proporciona luz de longitud de onda más energética que la visible de nada sirve pues la fotosíntesis evolucionó (en organismos vegetales acuáticos) para aprovechar sólo la radiación visible. Más en concreto la abundante radiación del rojo y la más energética del azul, desaprovechando el intermedio verde, razón por la cual vemos a las plantas de ese color. Lo ideal para una planta sería invertir todo el carbono posible en fabricar hojas, ya que éstas son las que fotosintetizan. Sin embargo, las temperaturas extremas (por arriba o por abajo de un óptimo) o la escasez o super abundancia de agua determinan que las plantas destinen mucho del carbono fijado a otras estructuras corporales como raíces o tallos no fotosintetizadores, que consumen carbono al respirar. En definitiva, no podemos esperar de las plantas que produzcan sin cesar, que absorban todo el dióxido de carbono que lanzamos a la atmósfera. De hecho parece ser que los sistemas biológicos de absorción (como bosques terrestres o praderas submarinas) están ya alcanzando sus límites de saturación. Trabajan ya a toda máquina.
Lecciones prácticas
Lecciones prácticas
Las
curvas de saturación pueden venirnos muy bien incluso para ahorrar trabajo. Por
ejemplo, muchas veces se dedica más trabajo de campo de la cuenta para resolver
un problema biológico. Sin embargo, por encima de un número de horas o de
personas, el rendimiento no aumenta sino que se queda estancado. Es importante
identificar esos puntos de estancamiento para optimizar la relación entre coste
y beneficio de nuestro trabajo y no hacer esfuerzos en balde.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. (2014). Cómo crear
materia viva a partir de la “nada”. Quercus,
339: 6-8.
(2) Martínez-Abraín, A. (2012). La única
regla es el cambio. Quercus, 322: 6-8.
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