No hace falta convencer a nadie a estas alturas (al menos en la vieja
Europa) de que la evolución es un hecho. Sin embargo, este mes me gustaría
ocuparme de los atavismos y los órganos vestigiales, porque prueban de manera
especialmente clara que las formas de vida actuales han surgido por
modificación de otras anteriores. Y nos hablan, además, de la importancia de
los mecanismos embrionarios en la evolución.
Hace ya treinta años, el gran
paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould (1941-2002) tituló uno de sus
libros Dientes de gallina y dedos de
caballo. Traducido al castellano, pierde la sonoridad original inglesa de Hen’s teeth and horse’s toes, pero aun
así resulta sugerente y es, como el resto de su obra, una gran fuente de
inspiración (1). Veamos. Las aves actuales (Neornithes) se dividen en dos
grandes clados. Por un lado están las Paleognatas (que engloba a las grandes
aves no voladoras como kiwis, avestruces, emús, ñandús, casuarios, tinamúes y
las ya extintas moas de Nueva Zelanda y aves elefante de Madagascar) y por otro
las Neognatas. Dentro de las Neognatas el clado de los Galloánsares se separó a
mediados del Cretácico (2-4). El clado restante, conocido como Neoaves, se
diversificó mucho y muy rápidamente poco después del límite entre el Cretácico
y el Terciario. Con esto quiero decir que el grupo que engloba a gallináceas,
patos y gansos no pertenece a las aves más modernas, por extraño que parezca,
sino que su linaje se remonta al momento en que los dinosaurios dentados se
convirtieron en terópodos emplumados. No es de extrañar, por tanto, que a veces
los embriones de gallina ¡tengan dientes!
Solemos explicar la aparición de
rarezas recurriendo a las “mutaciones”, como en el caso de aquellos monstruos
que el naturalista francés Etienne Geoffroy Saint-Hilaire buscaba entre los
animales domésticos con la esperanza de aprender algo de ellos. En muchos casos
la mutación genética (entendida como la aparición de una novedad o alteración
en la secuencia del genoma) sí ha resultado ser la causa de monstruosidades,
como el gato con dos cabezas o la vaca con patas en el lomo. Pero no siempre.
La aparición de dientes en las mandíbulas de un embrión de gallina no se debe a
una mutación clásica sino que se produce por la activación de un gen ancestral
aún presente en su genoma, aunque regulado a la baja para que no se exprese.
Así que esos dientes tendrían poco de monstruoso y mucho de información
histórica valiosa. A menudo la innovación genética procede, no ya de cambiar la
ordenada estructura interna de un gen, sino de alterar las regiones donde se
controla la expresión de uno o varios genes. Podríamos imaginar estas regiones como una
especie de interruptores generales ubicados al margen de los genes, desde los
cuales se decide cuáles se expresan y cuáles permanecen en silencio durante el
desarrollo embrionario, cuáles se activan y cuáles quedan inactivados. Como
luces que se apagan y se encienden a placer.
Las gallinas pertenecen a una
estirpe de aves muy antigua y no es extraño que sus embriones desarrollen
dientes reptilianos de vez en cuando, un rasgo ancestral. Foto del autor.
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La mutación clásica, al contrario
de lo que habitualmente se enseña, no es la única fuente de innovación
disponible para la selección natural. Como bien decía Gould, lo que sucede en
el desarrollo embrionario (ontogenia) puede tener importantes consecuencias en
la diversificación de los taxones (filogenia), a escala de especie o incluso
superior. Activando y desactivando genes que regulan el desarrollo embrionario
podemos producir innovaciones corporales (somáticas), como ya comentamos en
esta misma sección hace un par de años (5). Es la llamada evo-devo (evolutionary developmental biology o biología evolutiva del
desarrollo). A nadie debería sorprender que una especie situada en la base de
la filogenia de las aves modernas, como la gallina, pueda desarrollar embriones
con dientes de vez en cuando. Sus antepasados los tuvieron y esa información no
se ha perdido, sino que simplemente ha permanecido oculta desde hace mucho
tiempo. Los genes para fabricar dientes en las gallinas están todavía ahí, sólo que desactivados.
Dientes de gallina y dedos… ¡de avestruz!
A los lectores más exigentes que
encuentren contradictorio que los dientes de gallina se parezcan a los de las
aves fósiles, como Archaeopteryx, y
éstos a su vez a los de cocodrilo, pero curiosamente no a los de los reptiles
terópodos de los que proceden las aves, que son planos y aserrados, les
recordaría que el mérito de la invención de los dientes hay que atribuírselo en
realidad a los peces. Los dientes son una innovación derivada del ectodermo
(como la piel, el pelo, las uñas, los cuernos y las pezuñas), así que tanto los
cocodrilos como los dinosaurios y luego las primeras aves sólo tuvieron que
reutilizar aquellas instrucciones ya escritas en los genes de los primeros
peces que se aventuraron fuera del mar hace unos 350 millones de años. El hecho
más importante no es por tanto si se activa o no un gen de reptil terópodo
cuando aparece un embrión de gallina con dientes, sino que las instrucciones
para producir una estructura propia de los peces se haya conservado en los
reptiles y en las aves durante centenares de millones de años. El escaso
parecido entre los dientes de las gallinas y los de los reptiles terópodos no
es pues ninguna pega a la teoría evolutiva, sino una evidencia de la evolución
de los tetrápodos a partir de los vertebrados marinos que abandonaron el mar.
Otro interesante atavismo es el
de los embriones de aves que tienen cinco dedos en sus estadios iniciales de
desarrollo, caso de los avestruces, aunque luego sólo desarrollen tres. Una
prueba evidente de que las aves proceden de ancestros pentadáctilos y de que
las instrucciones para fabricar aves con tres dedos fusionados se han
construido sobre la información genética de sus antepasados.
Como también nos recordaba Gould,
los caballos nacen a veces con varios dedos. Eso, lejos de ser una aberración o
un accidente genético, es un recordatorio de la evolución de los caballos
actuales, con un solo dedo cubierto por una pezuña de queratina, desde los
caballos arcaicos que tenían varios dedos. Y por arcaicos sólo quiero decir antiguos, pero no primitivos, porque en evolución no tiene sentido ese concepto de progreso que tan claro vemos los humanos en nuestras creaciones de cachivaches. Por selección natural sólo surgen formas adaptadas a las necesidades ambientales del aquí y del ahora, que son cambiantes en el tiempo (sin una tendencia permanente, normalmente).
Órganos vestigiales
Todavía más cercano a nosotros
sería el caso de los seres humanos que nacen con una pequeña cola o con vello
abundante en lugares del cuerpo donde no solemos tenerlo los monos desnudos. La
cola no es una mutación azarosa, sino un salto en el tiempo que nos lleva
directamente a nuestro pasado como primates arborícolas en las selvas del
África tropical. Aún siguen escritas en nuestro genoma las instrucciones para
tenerla. Simplemente permanecen silenciadas.
Nuestros ancestros africanos
nunca tuvieron una cola tan sofisticada como la de los primates suramericanos,
de naturaleza prensil, pero seguramente les servía como apéndice de equilibrio
en las alturas. Muchos la conservaron en su paso a primates terrestres cuando
las selvas de África oriental se transformaron en sabanas hace unos 8 millones
de años, tras la apertura del valle del Rift. Pero los homínidos probablemente
la perdimos como una consecuencia derivada de la marcha bípeda.. No debería
sorprendernos (y mucho menos avergonzarnos) que la naturaleza nos recuerde de
vez en cuando quiénes fuimos y de dónde venimos. De hecho, aunque menos
aparente, el hueso sacro que todos compartimos, formado por la fusión de cinco
vértebras, no deja de ser un vestigio de la cola que antaño tuvimos. Los
romanos le dieron ese nombre al curioso hueso porque se entregaba a los dioses
en los sacrificios. Como no deja de ser una parte enormemente interesante de
nuestra anatomía, lo de considerarlo sagrado es probablemente una de las
maneras que ha tenido el intelecto humano de llamar la atención sobre su
singularidad y contenido histórico.
Los atavismos y el progreso en evolución
Me imagino que el fulgurante
desarrollo actual de la epigenética también tendrá mucho que decir sobre los
atavismos en el futuro, si hay factores ambientales implicados en el proceso.
En una imaginaria población donde la frecuencia de atavismos fuese
relativamente alta podría darse selección a favor de esos rasgos morfológicos,
con el resultado de una “involución” o evolución hacia atrás. Esto no es norma
habitual en la naturaleza, sencillamente porque es muy raro que los rasgos
ancestrales se manifiesten a menudo o/y coincidan con un contexto fenotípico o
ambiental adecuado para ser exitosos. Pero el hecho de que la naturaleza no de
habitualmente marcha atrás tiene poco que ver con una teórica línea de progreso
con la que solemos identificar a la evolución.
Las cosas del pasado no vuelven a
menudo porque los avatares de la historia llevaron a dejarlas aparcadas en un
cajón. Pero no porque sean peores o estén simplemente superadas. Las aves
aparcaron los dientes por ser estructuras pesadas para el vuelo, pero quizá
podrían regresar para quedarse en especies no voladoras, como los avestruces, o
de gran talla, como los gansos (que por cierto ya tienen el pico modificado en
forma de sierra). La evolución es cambio sin más, diversificación en el seno de
los ecosistemas, pero no progreso. Para que hubiera progreso haría falta tener
primero una idea prefijada de cuál sería la meta deseable a alcanzar. Eso nunca
sucede en evolución, ya que el camino se hace al andar, en ambientes
cambiantes, como bien decía Machado. Nada está escrito, decidido o predicho de
antemano en evolución, al contrario de lo que sucede en las mentes de los
ingenieros humanos, que sí saben hacia donde quieren dirigir sus esfuerzos
desde el principio. En evolución sólo hay "caminos en la mar".
Agradecimientos
A José Manuel Igual, por sus muy
acertados comentarios a un primer borrador de este trabajo.
Bibliografía
(1) Gould, S.J. (1984). Dientes
de gallina y dedos de caballo. Hermann Blume. Madrid.
(2) Ericson, P.G.P. y otros autores (2006). Diversification of Neoaves: integration of
molecular sequence data and fossils. Biology
Letters, 22: 543-547.
(3) McCormack,
J.E. (2013). A phylogeny of birds based on over 1.500 loci collected by
target enrichment and high-throughput sequencing. PLOS ONE, 8: e54848.
(4) Jarvis,
E.D. y otros autores (2014). Whole-genome analyses resolve early branches
in the tree of life of modern birds. Science,
346: 1.320-1.331.
(5) Martínez-Abraín, A. (2011). Avanzar desacelerando. Quercus, 300: 6-7.
No és que se n'anés, però en aquest article es ben evident. Ha tornat la "Poesía del Conocimiento". M'encanta!
ResponderEliminarGrácies Miquel! Pura poesía el conocimiento, si ens serveix per a canviar i per a ser millors.
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