martes, 9 de diciembre de 2014

Naturaleza humanizada

Evitamos establecer comparaciones entre los humanos y el resto de los seres vivos para no incurrir en antropocentrismo, un sesgo que nos hace interpretar la naturaleza desde nuestro exclusivo punto de vista. Pero eso no anula los paralelismos entre nuestra conducta y las estrategias vitales de animales y plantas. A fin de cuentas, sólo somos la versión doméstica de un animal humano sometido a evolución durante centenares de miles de años.

Si pudiéramos plasmar en un sistema de información geográfica (SIG) la distribución espacial de los vertebrados silvestres de la fauna ibérica, creo que nos llevaríamos una buena sorpresa. Encontraríamos a buena parte de ellos  en torno a los núcleos de población humana. No son "tontos" y, como nosotros, eluden las temperaturas extremas y prefieren estar lo más cerca posible de las fuentes de agua y alimento. Buscan además lugares donde la densidad de enemigos sea baja y en ese terreno nuestras concentraciones urbanas ejercen un cierto efecto “espantapájaros” (1), al menos frente a ciertos grupos de depredadores. Estas son las razones por las cuales, pudiendo escoger un hábitat natural alternativo, las lavanderas blancas instalan sus dormideros invernales en las palmeras de un aeropuerto o en las rotondas de una gran ciudad.

Hasta hace pocas décadas no veíamos tales comportamientos con tanta frecuencia, sencillamente porque vivíamos en economías rurales donde todo lo que volaba terminaba en la cazuela. Nosotros mismos éramos parte de los depredadores. Pero, desde que nos hemos convertido en urbanitas y hemos relajado nuestra presión sobre los animales del campo, son cada vez más frecuentes esos comportamientos de habituación al entorno humano y lo serán aún más en el futuro.

La gaviota de Audouin (Larus audouinii) ha establecido recientemente una colonia de cría en pleno puerto de Sant Carles de la Ràpita (Tarragona), una zona muy humanizada. Pero es precisamente nuestra presencia allí la que mantiene alejados a sus posibles depredadores (Foto: Daniel Oro).

Aburguesados por vocación
En Mallorca, sobre todo en invierno, a menudo me invade la sensación de que el monte está vacío, hasta que llego a las proximidades de una población y el canto de los pájaros reaparece con las huertas, las rapaces prospectan la zona en busca de presas y las martas se cruzan en el camino. Los milanos reales, que se alimentaban en el gran vertedero de residuos urbanos a cielo abierto de Son Reus, hasta su reciente clausura, nidificaban también en torno a dicho basurero. Algo parecido hacen las gaviotas patiamarillas cuando escogen los grandes techos de la cárcel de Palma para dormir, simplemente porque en los aledaños quedan los centros comerciales donde acuden multitud de personas los fines de semana a comer hamburguesas con patatas fritas, que luego acaban por el suelo o abarrotando papeleras, un recurso como otro cualquiera. Esta búsqueda de alimentos alternativos es cada vez más frecuente desde que se clausuró el vertedero. De hecho, en las colonias de cría de las gaviotas cada vez se ven más huesos de oliva regurgitados. Proceden del fruto caído en los olivares abandonados, que también han sabido aprovechar las gaviotas, con decisivas consecuencias para la dispersión de los acebuches.

Los jabalíes, que por ejemplo llegaron a extinguirse en la Comunidad Valenciana por persecución directa, llegan ahora hasta el parque periurbano de Collserola (Barcelona) para buscar comida en los contenedores de basura y, si les dejáramos, se meterían hasta el centro de la ciudad. La lista de ejemplos es interminable: águilas perdiceras que crían cerca de los pueblos para aprovecharse de las palomas domésticas, nutrias que visitan las lagunas artificiales de los campos de golf malagueños (2), urogallos favorecidos por la actividades tradicionales en el Pirineo, ballenas atraídas por los desperdicios de las fábricas conserveras gallegas, focas habituadas a que las alimenten en los puertos pesqueros escoceses, linces que se sientan en las cunetas de las carreteras de Sierra Morena, halcones peregrinos que cazan en el centro urbano de grandes ciudades, águilas calvas americanas que acuden a las salidas de agua caliente de las plantas de generación de energía a pescar en invierno, porque allí el río no se congela… El fenómeno es ubicuo. Seguro que el lector puede añadir numerosos ejemplos de su cosecha a esta lista.

Rupícolas por necesidad
Por este mismo motivo, pero en sentido contrario, la flora es más salvaje de lo que podría serlo en ausencia de factores de presión. Por ejemplo, gran parte de las plantas que vive en acantilados no están allí por gusto, sino por obligación. Son así de agrestes porque no tienen más remedio. En las islas Baleares, una misma planta endémica crece en los cortados rocosos de Mallorca pero también en los suelos de Ibiza. El resultado de este experimento natural desvela la influencia de un herbívoro ya extinto, el bóvido Myotragus balearicus, que estaba presente en Mallorca pero nunca alcanzó las islas Pitiusas.

Algo parecido comenté en un Detective lejano respecto de los buitres leonados, que en Europa crían en remotos acantilados de las montañas, mientras que en la India, donde se consideran sagrados, anidan en medio de las ciudades (3). Casos equivalentes son el de las águilas calzadas de Mallorca, que no crían en árboles sino en paredes rocosas, donde quizá soporten un menor grado de molestias humanas, o el de los halcones de Eleonor de las islas Columbretes (Castellón), que crían en el suelo en los islotes deshabitados, pero se refugian en los acantilados marinos de la isla principal para eludir antaño a los fareros y ahora a los guardas,a pesar de que tienen a su disposición buenos acantilados donde anidar en los islotes sin presencia humana.

La fauna del futuro
Como comentaba en el cuaderno 278 de Quercus (4), la fauna del futuro será una fauna sin miedo. El paisaje que imagina Rosenzweig en su Reconciliation ecology (5) es cada vez más real. Preocupa pensar que podamos estar favoreciendo los genotipos menos asustadizos, como eso urogallos confiados que aparecen por ahí de vez en cuando, porque si las condiciones económicas cambiaran y volviéramos a una economía más rural muchas especies podrían pasarlo mal. De todos modos, cuesta pensar que la tendencia mundial sea un regreso masivo al campo y las especies, por su parte, probablemente sigan conservando la suficiente flexibilidad genética (variabilidad) para reaccionar de manera rápida igual que lo están haciendo ahora, tras cientos de generaciones humanas dedicadas a la persecución de cualquier ser vivo. Más bien somos nosotros los que tendremos que adoptar nuevas reglas de comportamiento para adaptarnos a la nueva situación. Las martas, por muy dóciles que se vuelvan, seguirán teniendo unos dientes muy afilados y una velocidad de reacción mucho más rápida que la nuestra.

En otro artículo de esta misma serie, pero más reciente (6), ya comentaba que la fauna silvestre no es tan todoterreno como parece. Cometen numerosas torpezas y emplean diversos trucos para sobrevivir en su día a día. Por ejemplo, emplean vías de desplazamiento rutinarias, algo que ya descubrieron en su día los tramperos y hace mucho más tiempo las rapaces nocturnas. En definitiva, que la fauna silvestre sea tan agreste, que nos tema, que viva alejada de nosotros, se debe más a nuestro comportamiento como cilicio de la naturaleza que a su verdadera vocación de vivir de esa manera. Está en nuestras manos pasar de ser un azote a ser pastores de la biodiversidad, como nos recuerda Jesús Mosterín (7), cuidando muy de cerca una fauna no tan salvaje y sintiéndonos de nuevo parte de la naturaleza. Aunque sea desde una óptica completamente novedosa dentro de nuestra historia evolutiva como especie. Es difícil librarse de los prejuicios que acarreamos, sobre todo cuando exploramos caminos nuevos como éste de los nuevos hábitos de la fauna silvestre ante nuestro superpoblado y modificado mundo. Pero debemos tratar de mantener la mente abierta, dispuesta a procesar toda nueva información que nos llegue. Aprovechando la experiencia previa, sí, pero dejándonos impregnar por el mensaje oculto de lo novedoso. Podemos encontrarnos con la agradable sorpresa de que sea posible un futuro más optimista del que ahora nos imaginamos.


Agradecimientos

A Daniel Oro y Juan Jiménez, por nuestras conversaciones sobre el paradigma cambiante.


Bibliografía

(1) Leighton, P.A. y otros autores (2010). Conservation and the scarecrow effect: can human activity benefit threatened species by displacing predators? Biological Conservation, 143: 2.156-2.163.
(2) Martínez-Abraín, A. (2010). Patrones emergentes. Quercus, 292: 6-7.
(3) Martínez-Abraín, A. (2010). Flexibilidad. Quercus, 288: 6-7.
(4) Martínez-Abraín, A. (2009). Gestionar el miedo. Quercus, 278: 6-7.
(5) http://en.wikipedia.org/wiki/Reconciliation_ecology
(6) Martínez-Abraín, A. (2012). Torpezas y trucos. Quercus, 317: 6-8.
(7) Mosterín, J. (2006). La naturaleza humana. Espasa-Calpe. Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario