Evitamos establecer comparaciones entre los humanos y el resto de los
seres vivos para no incurrir en antropocentrismo, un sesgo que nos hace
interpretar la naturaleza desde nuestro exclusivo punto de vista. Pero eso no
anula los paralelismos entre nuestra conducta y las estrategias vitales de animales
y plantas. A fin de cuentas, sólo somos la versión doméstica de un animal
humano sometido a evolución durante centenares de miles de años.
Si pudiéramos plasmar en un
sistema de información geográfica (SIG) la distribución espacial de los
vertebrados silvestres de la fauna ibérica, creo que nos llevaríamos una buena
sorpresa. Encontraríamos a buena parte de ellos en torno a los núcleos de población humana. No son "tontos" y, como nosotros, eluden las temperaturas extremas y
prefieren estar lo más cerca posible de las fuentes de agua y alimento. Buscan además
lugares donde la densidad de enemigos sea baja y en ese terreno nuestras
concentraciones urbanas ejercen un cierto efecto “espantapájaros” (1), al menos
frente a ciertos grupos de depredadores. Estas son las razones por las cuales,
pudiendo escoger un hábitat natural alternativo, las lavanderas blancas
instalan sus dormideros invernales en las palmeras de un aeropuerto o en las
rotondas de una gran ciudad.
Hasta hace pocas décadas no
veíamos tales comportamientos con tanta frecuencia, sencillamente porque
vivíamos en economías rurales donde todo lo que volaba terminaba en la cazuela.
Nosotros mismos éramos parte de los depredadores. Pero, desde que nos hemos
convertido en urbanitas y hemos relajado nuestra presión sobre los animales del
campo, son cada vez más frecuentes esos comportamientos de habituación al
entorno humano y lo serán aún más en el futuro.
Aburguesados por vocación
En Mallorca, sobre todo en
invierno, a menudo me invade la sensación de que el monte está vacío, hasta que
llego a las proximidades de una población y el canto de los pájaros reaparece con
las huertas, las rapaces prospectan la zona en busca de presas y las martas se cruzan
en el camino. Los milanos reales, que se alimentaban en el gran vertedero de
residuos urbanos a cielo abierto de Son Reus, hasta su reciente clausura,
nidificaban también en torno a dicho basurero. Algo parecido hacen las gaviotas
patiamarillas cuando escogen los grandes techos de la cárcel de Palma para
dormir, simplemente porque en los aledaños quedan los centros comerciales donde
acuden multitud de personas los fines de semana a comer hamburguesas con
patatas fritas, que luego acaban por el suelo o abarrotando papeleras, un
recurso como otro cualquiera. Esta búsqueda de alimentos alternativos es cada
vez más frecuente desde que se clausuró el vertedero. De hecho, en las colonias
de cría de las gaviotas cada vez se ven más huesos de oliva regurgitados.
Proceden del fruto caído en los olivares abandonados, que también han sabido
aprovechar las gaviotas, con decisivas consecuencias para la dispersión de los
acebuches.
Los jabalíes, que por ejemplo llegaron
a extinguirse en la Comunidad Valenciana por persecución directa, llegan ahora hasta
el parque periurbano de Collserola (Barcelona) para buscar comida en los
contenedores de basura y, si les dejáramos, se meterían hasta el centro de la
ciudad. La lista de ejemplos es interminable: águilas perdiceras que crían
cerca de los pueblos para aprovecharse de las palomas domésticas, nutrias que visitan
las lagunas artificiales de los campos de golf malagueños (2), urogallos
favorecidos por la actividades tradicionales en el Pirineo, ballenas atraídas
por los desperdicios de las fábricas conserveras gallegas, focas habituadas a
que las alimenten en los puertos pesqueros escoceses, linces que se sientan en
las cunetas de las carreteras de Sierra Morena, halcones peregrinos que cazan
en el centro urbano de grandes ciudades, águilas calvas americanas que acuden a
las salidas de agua caliente de las plantas de generación de energía a pescar
en invierno, porque allí el río no se congela… El fenómeno es ubicuo. Seguro
que el lector puede añadir numerosos ejemplos de su cosecha a esta lista.
Rupícolas por necesidad
Por este mismo motivo, pero en
sentido contrario, la flora es más salvaje de lo que podría serlo en ausencia
de factores de presión. Por ejemplo, gran parte de las plantas que vive en
acantilados no están allí por gusto, sino por obligación. Son así de agrestes
porque no tienen más remedio. En las islas Baleares, una misma planta endémica
crece en los cortados rocosos de Mallorca pero también en los suelos de Ibiza.
El resultado de este experimento natural desvela la influencia de un herbívoro
ya extinto, el bóvido Myotragus
balearicus, que estaba presente en Mallorca pero nunca alcanzó las islas
Pitiusas.
Algo parecido comenté en un Detective
lejano respecto de los buitres leonados, que en Europa crían en remotos acantilados
de las montañas, mientras que en la
India , donde se consideran sagrados, anidan en medio de las
ciudades (3). Casos equivalentes son el de las águilas calzadas de Mallorca,
que no crían en árboles sino en paredes rocosas, donde quizá soporten un menor
grado de molestias humanas, o el de los halcones de Eleonor de las islas
Columbretes (Castellón), que crían en el suelo en los islotes deshabitados,
pero se refugian en los acantilados marinos de la isla principal para eludir
antaño a los fareros y ahora a los guardas,a pesar de que tienen a su
disposición buenos acantilados donde anidar en los islotes sin presencia
humana.
La fauna del futuro
Como comentaba en el cuaderno 278
de Quercus (4), la fauna del futuro
será una fauna sin miedo. El paisaje que imagina Rosenzweig en su Reconciliation ecology (5) es cada
vez más real. Preocupa pensar que podamos estar favoreciendo los genotipos menos
asustadizos, como eso urogallos confiados que aparecen por ahí de vez en cuando,
porque si las condiciones económicas cambiaran y volviéramos a una economía más
rural muchas especies podrían pasarlo mal. De todos modos, cuesta pensar que la
tendencia mundial sea un regreso masivo al campo y las especies, por su parte,
probablemente sigan conservando la suficiente flexibilidad genética
(variabilidad) para reaccionar de manera rápida igual que lo están haciendo ahora,
tras cientos de generaciones humanas dedicadas a la persecución de cualquier
ser vivo. Más bien somos nosotros los que tendremos que adoptar nuevas reglas
de comportamiento para adaptarnos a la nueva situación. Las martas, por muy
dóciles que se vuelvan, seguirán teniendo unos dientes muy afilados y una
velocidad de reacción mucho más rápida que la nuestra.
En otro artículo de esta misma
serie, pero más reciente (6), ya comentaba que la fauna silvestre no es tan
todoterreno como parece. Cometen numerosas torpezas y emplean diversos trucos
para sobrevivir en su día a día. Por ejemplo, emplean vías de desplazamiento
rutinarias, algo que ya descubrieron en su día los tramperos y hace mucho más tiempo
las rapaces nocturnas. En definitiva, que la fauna silvestre sea tan agreste,
que nos tema, que viva alejada de nosotros, se debe más a nuestro
comportamiento como cilicio de la naturaleza que a su verdadera vocación de
vivir de esa manera. Está en nuestras manos pasar de ser un azote a ser pastores
de la biodiversidad, como nos recuerda Jesús Mosterín (7), cuidando muy de
cerca una fauna no tan salvaje y sintiéndonos de nuevo parte de la naturaleza.
Aunque sea desde una óptica completamente novedosa dentro de nuestra historia evolutiva
como especie. Es difícil librarse de los prejuicios que acarreamos, sobre todo
cuando exploramos caminos nuevos como éste de los nuevos hábitos de la fauna
silvestre ante nuestro superpoblado y modificado mundo. Pero debemos tratar de
mantener la mente abierta, dispuesta a procesar toda nueva información que nos
llegue. Aprovechando la experiencia previa, sí, pero dejándonos impregnar por
el mensaje oculto de lo novedoso. Podemos encontrarnos con la agradable
sorpresa de que sea posible un futuro más optimista del que ahora nos imaginamos.
Agradecimientos
A Daniel Oro y Juan Jiménez, por
nuestras conversaciones sobre el paradigma cambiante.
Bibliografía
(1) Leighton, P.A. y otros
autores (2010). Conservation
and the scarecrow effect: can human activity benefit threatened species by
displacing predators? Biological
Conservation, 143: 2.156-2.163.
(2) Martínez-Abraín,
A. (2010). Patrones emergentes. Quercus,
292: 6-7.
(3) Martínez-Abraín,
A. (2010). Flexibilidad. Quercus,
288: 6-7.
(4) Martínez-Abraín,
A. (2009). Gestionar el miedo. Quercus,
278: 6-7.
(5) http://en.wikipedia.org/wiki/Reconciliation_ecology
(6) Martínez-Abraín,
A. (2012). Torpezas y trucos. Quercus,
317: 6-8.
(7) Mosterín, J. (2006).
La naturaleza humana. Espasa-Calpe.
Madrid.
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