No deja de sorprenderme
lo complicado que es todo. A menudo pensamos que conocemos algo bien, incluso
nuestros habituales modelos de estudio, y muchas veces acaba sorprendiéndonos a
la larga con nuevas dimensiones desconocidas. Por ejemplo, todo naturalista
sabe que existen dos tipos de mamíferos herbívoros: los que rumian y los que
no. Pero ¿qué tipo de implicaciones tiene eso para ellos y para los ecosistemas
que ocupan? Y ¿por qué se ha molestado la naturaleza en fabricar dos tipos tan
distintos de sistema digestivo de herbívoro? ¿No bastaba con uno?
Si viéramos un desfile de mamíferos herbívoros en una
pasarela ¿seríamos capaces de decir quién es rumiante y quién no? Los
elefantes, rinocerontes y cebras (valen todos los équidos) no lo son. Las
jirafas y todos los antílopes sí lo son. En general casi todos los
artiodáctilos (es decir los mamíferos cuyas extremidades acaban en un número
par de dedos de los cuales se apoyan en el suelo por lo menos dos) lo son,
incluyendociervos, alces, cabras, ovejas, camellos, llamas, vacas
o bisontes.
La diferencia entre ambos grupos viene determinada por la
localización de la “bolsa” que contiene las bacterias que digieren la comida
vegetal que ingieren. Una vez más, un recordatorio de que éste es un mundo de
bacterias. Ni el uro (rumiante) ni el caballo (no rumiante) serían nada sin su
saco de bacterias. En el caso de los caballos y sus parientes la localización
de las bacterias es al final del sistema digestivo, mientras que en el caso de
los toros es al principio (en uno de los pre-estómagos). Ambos grupos sin embargo tienen el
mismo tipo de bacterias para descomponer la celulosa de la pared celular de las
plantas. Sólo es distinta su ubicación (1)
Vaca rubia gallega pastando (Foto del autor) |
Ventajas e
inconvenientes
Los no rumiantes han de comer mucho más que un rumiante de
igual talla para extraer una cantidad similar de energía de la comida. Es
decir, el rumiante es mucho más eficiente, punto 1. Los rumiantes además pueden
comer y salir corriendo, porque digerirán lo ingerido lentamente y en un lugar
seguro, lo que les hace menos vulnerables ante los depredadores, punto 2. Los rumiantes además tienen la ventaja de ser
capaces de producir el complejo de vitaminas B y todos los aminoácidos a partir
de una dieta poco variada; punto 3. Los microbios que los no rumiantes tienen
en el ciego y en el colon también son capaces de fabricar ambas cosas pero los
no rumiantes sólo tienen acceso a ellas si se comen sus propios excrementos.
Eso es exactamente lo que hacen los conejos. Ingerir sus excrementos con el fin
de extraerles vitaminas y aminoácidos. Por otro lado los rumiantes reciclan el
nitrógeno mejor, lo cual les confiere ventaja en ambientes pobres en nitrógeno;
punto 4. En este tipo de ambientes un caballo se puede ver forzado a comer
frutos tóxicos cargados de alcaloides (porque los alcaloides son ricos en
nitrógeno) mientras que una vaca no padecería los efectos negativos de los
alcaloides. Van más sobradas gracias a que los microbios de su estómago extraen
el nitrógeno de los alcaloides. Por supuesto los microbios de un caballo
podrían hacer lo mismo pero claro, ¡están al final del sistema digestivo! No
tienen oportunidad de lucirse.
Sin embargo, los rumiantes tienen problemas con la acidez de
los alimentos. Tienen que tener cuidado con lo que comen. Los frutos ácidos por
ejemplo no les sirven porque destrozarían la flora bacteriana de sus complejos
estómagos, amantes de medios alcalinos. Por eso su saliva es ligeramente
básica. Incluso la hierba fresca de primavera les puede resultar dañina porque
es rica en azúcares, que generan ácidos como producto de desecho de la
actividad bacteriana (como ocurre en el caso de las caries humanas). Los no rumiantes sin embargo no tienen ese
problema porque la comida va a parar primero al estómago lleno de ácidos antes
de pasar a los intestinos llenos de bacterias. Por otro lado, los no rumiantes
tienen la ventaja de poder procesar materia vegetal más basta, como la corteza
de los árboles.
Cuatro puntos a favor de los rumiantes frente a 2 para los
no-rumiantes. Parecería que el mundo vegetariano entre los mamíferos debería
ser de los rumiantes. Sin embargo, hay motivos suficientes para que en
determinadas circunstancias los no rumiantes funcionen mejor y por tanto hay
razones para que ambas estrategias se hayan visto apoyadas por selección
natural.
Consecuencias
ecosistémicas
El tipo de estrategia digestiva no sólo trae a la biosfera
una mayor diversidad de estrategias y un mejor aprovechamiento de los recursos
en ambientes heterogéneos. Tiene consecuencias mucho más complejas. Pensemos
por ejemplo en el universo de la dispersión de las semillas de los frutos. Un
proceso ecológico clave para el mantenimiento de los ecosistemas. Desde la
perspectiva de un fruto, los no rumiantes son los preferidos. Los no rumiantes
es más probable que expulsen semillas sin dañar (los rumiantes le dan varias
vueltas al alimento en sus estómagos y los mastican varias veces hasta que
quedan hechos añicos) y además no le hacen ascos a los frutos maduros o/y
ácidos.
Las extinciones de megafauna mamífera del Pleistoceno (más
tempranas en Eurasia, más recientes en América) no afectaron de manera similar
a rumiantes y no rumiantes. Por ejemplo, diversas especies de rumiantes
sobrevivieron a las extinciones en Norte América, como el alce, el bisonte, el
reno, el ciervo, el buey almizclero, la cabra y el muflón de las Rocosas, el
antílope americano, entre otros. Pero por el contrario los no rumiantes
desaparecieron por completo. Los mejores dispersores de frutos. Se extinguieron
(por sobrecaza humana en el paleolítico o bien por la suma de la sobrecaza y
los cambios climáticos, según autores) los mastodontes, los gonfoterios y los
mamuts (2). También los caballos, originarios de América del Norte. No
regresarían a ese continente hasta que los “conquistadores” españoles los
llevaron allí en el siglo XV. Hoy en día el mayor mamífero herbívoro no
rumiante (autóctono y terrestre) en Norteamérica es el castor. Y en Sudamérica sólo sobrevivieron el
tapir y tres especies de talla menor.
La extinción pleistocena de la megafauna de mamíferos
(descendientes de linajes que reinaron a lo largo del terciario) fue una
pérdida enorme en sí misma. Pero si pensamos en ese sesgo hacia la pérdida de
no-rumiantes nos lleva a pensar en lo huérfanas que muchas especies de plantas
se han debido quedar al perder sus dispersores. Algunas habrán conseguido otros
sustitutivos por puro encaje ecológico en las redes tróficas de nuevos
dispersores (algunos de ellos especies exóticas); otras se han beneficiado de
la actividad humana gracias a sus apetitosos frutos (es el caso de papallas,
mangos, chirimollas, aguacates y un largo etcétera). Por lo que respecta a
nuestras tierras, pensad por ejemplo en el algarrobo. ¿Quién dispersaría esta
legumbre tras la extinción de los équidos en el Mediterráneo si no hubiese sido
cultivada por nuestra especie? O ¿quién dispersaría las parecidas pero tóxicas
vainas del algarrobo del demonio Anagyris
foetida? En este sentido me viene a la cabeza, ya como comentario final, la
enorme falta que hace tener más en cuenta el papel de la megafauna perdida (por
medio de sus sustitutos domesticados como caballos y toros) para contar con
unos ecosistemas que funcionen de manera más parecida a como lo hicieron
durante decenas de millones de años en el pasado. No ya sólo dispersando especies sino
manteniendo a raya a otras. ¿Cuántos humedales restaurados a golpe de billetera
europea se cierran de vegetación ahora por carecer de ese elemento fundamental?
¿Cuántas especies de plantas esperan a esos fantasmas ecológicos perdidos como Penélope
esperaba el regreso a Itaca de su querido Ulises tras la guerra de Troya?
Agradecimientos
Este trabajo se ha nutrido enormemente del contenido del
libro de Connie Barlow, “The ghosts of
evolution” publicado por Basic Books en Nueva York el año 2000. A ella mi
reconocimiento.
Referencias citadas
(1) Barlow, C. 2000. The ghosts of evolution: nonsensical
fruit, missing partners, and other ecological anachronisms. Basic Books, New
York.
(2) Martin, P. S. 2005. Twilight of the mammoths: ice age extinctions and the rewilding of America. California Univesity Press.
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