lunes, 2 de febrero de 2015

Rumiando una respuesta

No deja de sorprenderme lo complicado que es todo. A menudo pensamos que conocemos algo bien, incluso nuestros habituales modelos de estudio, y muchas veces acaba sorprendiéndonos a la larga con nuevas dimensiones desconocidas. Por ejemplo, todo naturalista sabe que existen dos tipos de mamíferos herbívoros: los que rumian y los que no. Pero ¿qué tipo de implicaciones tiene eso para ellos y para los ecosistemas que ocupan? Y ¿por qué se ha molestado la naturaleza en fabricar dos tipos tan distintos de sistema digestivo de herbívoro? ¿No bastaba con uno?

Si viéramos un desfile de mamíferos herbívoros en una pasarela ¿seríamos capaces de decir quién es rumiante y quién no? Los elefantes, rinocerontes y cebras (valen todos los équidos) no lo son. Las jirafas y todos los antílopes sí lo son. En general casi todos los artiodáctilos (es decir los mamíferos cuyas extremidades acaban en un número par de dedos de los cuales se apoyan en el suelo por lo menos dos) lo son, incluyendociervos, alces, cabras,  ovejas, camellos, llamas, vacas o bisontes.

La diferencia entre ambos grupos viene determinada por la localización de la “bolsa” que contiene las bacterias que digieren la comida vegetal que ingieren. Una vez más, un recordatorio de que éste es un mundo de bacterias. Ni el uro (rumiante) ni el caballo (no rumiante) serían nada sin su saco de bacterias. En el caso de los caballos y sus parientes la localización de las bacterias es al final del sistema digestivo, mientras que en el caso de los toros es al principio (en uno de los pre-estómagos). Ambos grupos sin embargo tienen el mismo tipo de bacterias para descomponer la celulosa de la pared celular de las plantas. Sólo es distinta su ubicación (1)

Vaca rubia gallega pastando (Foto del autor)

Ventajas e inconvenientes
Los no rumiantes han de comer mucho más que un rumiante de igual talla para extraer una cantidad similar de energía de la comida. Es decir, el rumiante es mucho más eficiente, punto 1. Los rumiantes además pueden comer y salir corriendo, porque digerirán lo ingerido lentamente y en un lugar seguro, lo que les hace menos vulnerables ante los depredadores, punto 2.  Los rumiantes además tienen la ventaja de ser capaces de producir el complejo de vitaminas B y todos los aminoácidos a partir de una dieta poco variada; punto 3. Los microbios que los no rumiantes tienen en el ciego y en el colon también son capaces de fabricar ambas cosas pero los no rumiantes sólo tienen acceso a ellas si se comen sus propios excrementos. Eso es exactamente lo que hacen los conejos. Ingerir sus excrementos con el fin de extraerles vitaminas y aminoácidos. Por otro lado los rumiantes reciclan el nitrógeno mejor, lo cual les confiere ventaja en ambientes pobres en nitrógeno; punto 4. En este tipo de ambientes un caballo se puede ver forzado a comer frutos tóxicos cargados de alcaloides (porque los alcaloides son ricos en nitrógeno) mientras que una vaca no padecería los efectos negativos de los alcaloides. Van más sobradas gracias a que los microbios de su estómago extraen el nitrógeno de los alcaloides. Por supuesto los microbios de un caballo podrían hacer lo mismo pero claro, ¡están al final del sistema digestivo! No tienen oportunidad de lucirse.

Sin embargo, los rumiantes tienen problemas con la acidez de los alimentos. Tienen que tener cuidado con lo que comen. Los frutos ácidos por ejemplo no les sirven porque destrozarían la flora bacteriana de sus complejos estómagos, amantes de medios alcalinos. Por eso su saliva es ligeramente básica. Incluso la hierba fresca de primavera les puede resultar dañina porque es rica en azúcares, que generan ácidos como producto de desecho de la actividad bacteriana (como ocurre en el caso de las caries humanas).  Los no rumiantes sin embargo no tienen ese problema porque la comida va a parar primero al estómago lleno de ácidos antes de pasar a los intestinos llenos de bacterias. Por otro lado, los no rumiantes tienen la ventaja de poder procesar materia vegetal más basta, como la corteza de los árboles.

Cuatro puntos a favor de los rumiantes frente a 2 para los no-rumiantes. Parecería que el mundo vegetariano entre los mamíferos debería ser de los rumiantes. Sin embargo, hay motivos suficientes para que en determinadas circunstancias los no rumiantes funcionen mejor y por tanto hay razones para que ambas estrategias se hayan visto apoyadas por selección natural.

Consecuencias ecosistémicas
El tipo de estrategia digestiva no sólo trae a la biosfera una mayor diversidad de estrategias y un mejor aprovechamiento de los recursos en ambientes heterogéneos. Tiene consecuencias mucho más complejas. Pensemos por ejemplo en el universo de la dispersión de las semillas de los frutos. Un proceso ecológico clave para el mantenimiento de los ecosistemas. Desde la perspectiva de un fruto, los no rumiantes son los preferidos. Los no rumiantes es más probable que expulsen semillas sin dañar (los rumiantes le dan varias vueltas al alimento en sus estómagos y los mastican varias veces hasta que quedan hechos añicos) y además no le hacen ascos a los frutos maduros o/y ácidos.

Las extinciones de megafauna mamífera del Pleistoceno (más tempranas en Eurasia, más recientes en América) no afectaron de manera similar a rumiantes y no rumiantes. Por ejemplo, diversas especies de rumiantes sobrevivieron a las extinciones en Norte América, como el alce, el bisonte, el reno, el ciervo, el buey almizclero, la cabra y el muflón de las Rocosas, el antílope americano, entre otros. Pero por el contrario los no rumiantes desaparecieron por completo. Los mejores dispersores de frutos. Se extinguieron (por sobrecaza humana en el paleolítico o bien por la suma de la sobrecaza y los cambios climáticos, según autores) los mastodontes, los gonfoterios y los mamuts (2). También los caballos, originarios de América del Norte. No regresarían a ese continente hasta que los “conquistadores” españoles los llevaron allí en el siglo XV. Hoy en día el mayor mamífero herbívoro no rumiante (autóctono y terrestre) en Norteamérica es el castor. Y en Sudamérica sólo sobrevivieron el tapir y tres especies de talla menor.

La extinción pleistocena de la megafauna de mamíferos (descendientes de linajes que reinaron a lo largo del terciario) fue una pérdida enorme en sí misma. Pero si pensamos en ese sesgo hacia la pérdida de no-rumiantes nos lleva a pensar en lo huérfanas que muchas especies de plantas se han debido quedar al perder sus dispersores. Algunas habrán conseguido otros sustitutivos por puro encaje ecológico en las redes tróficas de nuevos dispersores (algunos de ellos especies exóticas); otras se han beneficiado de la actividad humana gracias a sus apetitosos frutos (es el caso de papallas, mangos, chirimollas, aguacates y un largo etcétera). Por lo que respecta a nuestras tierras, pensad por ejemplo en el algarrobo. ¿Quién dispersaría esta legumbre tras la extinción de los équidos en el Mediterráneo si no hubiese sido cultivada por nuestra especie? O ¿quién dispersaría las parecidas pero tóxicas vainas del algarrobo del demonio Anagyris foetida? En este sentido me viene a la cabeza, ya como comentario final, la enorme falta que hace tener más en cuenta el papel de la megafauna perdida (por medio de sus sustitutos domesticados como caballos y toros) para contar con unos ecosistemas que funcionen de manera más parecida a como lo hicieron durante decenas de millones de años en el pasado.  No ya sólo dispersando especies sino manteniendo a raya a otras. ¿Cuántos humedales restaurados a golpe de billetera europea se cierran de vegetación ahora por carecer de ese elemento fundamental? ¿Cuántas especies de plantas esperan a esos fantasmas ecológicos perdidos como Penélope esperaba el regreso a Itaca de su querido Ulises tras la guerra de Troya?

Agradecimientos

Este trabajo se ha nutrido enormemente del contenido del libro de Connie Barlow, “The ghosts of evolution” publicado por Basic Books en Nueva York el año 2000. A ella mi reconocimiento.

Referencias citadas

(1) Barlow, C. 2000. The ghosts of evolution: nonsensical fruit, missing partners, and other ecological anachronisms. Basic Books, New York.


(2) Martin, P. S.  2005. Twilight of the mammoths: ice age extinctions and the rewilding of America. California Univesity Press. 

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