lunes, 31 de octubre de 2016

¿A quién avisa el avisador?

En un próximo número de Quercus escribiré sobre la evolución de la trampa y de cómo los tramposos han logrado mantenerse en las comunidades animales a lo largo del tiempo. Pero ahora toca mirar la otra cara de la moneda y analizar las conductas generosas.

Es bien conocido el comportamiento de las cigüeñuelas (Himantopus himantopus) cuando un naturalista (o un depredador) irrumpe en sus colonias de cría: en lugar de alejarse del peligro, vuelan bajo sobre nuestras cabezas, como colgadas del aire, y reclaman con todas sus fuerzas. Por este motivo, en el delta del Ebro se las conoce acertadamente como “avisadores”. Una conducta, entre heroica y enigmática, que bien podría encuadrarse en lo que denominamos “altruismo”. Un rasgo típicamente humano que también está presente en la naturaleza, de donde nos viene todo, como no puede ser de otra manera.

Bando de cigüeñuelas (Himantopus himantopus) en vuelo. ¿Por qué las cigüeñuelas arriesgan la vida acosando a los intrusos que penetran en su colonia de cría? Si cada individuo mira por su propio bien y el de sus genes, ¿por qué no sale huyendo ante la amenaza? (Foto: Luis Iván Moya).

La visión tradicional de la biología se mueve entre considerar el altruismo como un caso de selección de grupo (no sólo favorece al individuo, sino también a la colonia) o como una conducta que evoluciona por beneficio mutuo (un individuo avisa hoy de la llegada de un zorro porque espera que mañana otro haga lo mismo ante una nueva amenaza). En la actualidad, las opciones aceptadas son esta segunda (altruismo recíproco) y una nueva versión de la primera, que sostienen los partidarios del “gen egoísta”, según la cual los individuos sólo se preocupan por el resto del grupo cuando está compuesto por familiares. Al avisar a los parientes de un peligro son nuestros genes, también presentes en ellos, los que resultan beneficiados, como defendía Hamilton a mediados de los años sesenta.. Esta vía genética se denomina “selección por parentesco” (kin selection en su versión anglosajona), ya que atañe tanto al individuo como al grupo.

Sentimientos solidarios
Hay una tercera vía, alternativa al altruismo recíproco y a la selección por parentesco, que no mide la funcionalidad del acto altruista. Es una propuesta ajena al mundo de la biología, pues procede de la psicología. Así, para Frans de Waal (1) el altruismo es una cuestión de motivación, no un asunto funcional. Sería la percepción del estado emocional de otro individuo el que activa en el cerebro un estado de empatía. Según esta perspectiva, la cigüeñuela que inicia la alerta, a la que luego se suman otros integrantes de la colonia, estaría mostrando empatía ante el peligro que se cierne sobre los individuos cuyos nidos quedan más cerca del depredador. En otras palabras, estaría poniéndose en el lugar de sus vecinos. Sería una respuesta propia de animales sociales, dotados de neuronas espejo, las mismas que nos incitan a bostezar cuando vemos a otra persona hacerlo. La sensación de vencer al enemigo produciría un estado psicológico de satisfacción capaz de favorecer la evolución de la conducta altruista de alarma, del mismo modo que el placer favorece el intercambio sexual. Este comportamiento proto-altruista de las aves coloniales habría ido alcanzando complejidad en los mamíferos sociales (primates, cetáceos, proboscídeos, cánidos) que son capaces de sentir compasión y tristeza por el estado de los demás y, finalmente, ofrecer cuidado. 

De manera que el altruismo sería un asunto cerebral, propio de la psique de animales sociales, donde la presión selectiva no es tanto externa (ecológica) como interna (social). ¿Acaso no beneficiaron los voluntarios que acudieron a remediar las mareas negras del Prestige a muchos gallegos con los que no están cercanamente emparentados, aún a riesgo de su salud? No porque esperaran nada a cambio o porque estuvieran cercanamente emparentados con ellos, sino por simple empatía y solidaridad. Y, quizá, porque eso les hizo sentirse más felices al activar los centros de recompensa de sus cerebros. De todos modos, esta hipótesis sólo soluciona superficialmente el problema, ya que nos remite a otro más profundo: ¿por qué la evolución ha seleccionado la empatía y el estado psicológico de recompensa en quienes se comportan de forma altruista? 

Arrendajos, mirlos y otros escandalosos del bosque
Hay dos aves que se llevan la palma como avisadores: el arrendajo (Garrulus glandarius) y el mirlo (Turdus merula). Su conducta de alarma es aún más curiosa que la de las cigüeñuelas, dado que no destacan por ser especialmente sociales. ¿Hay altruismo en sus estentóreos reclamos o simplemente chillan como manifestación de miedo ante un intruso? ¿Acaso la función del reclamo es espantar directamente al depredador? Algunos investigadores se han interesado por este asunto y han encontrado que los arrendajos funestos (Perisoreus infaustus), que viven en grupos laxos de individuos cercanamente emparentados, son capaces de emitir señales de alarma que varían según el depredador esté posado, volando o atacando (2). Así pues, volvemos a la selección por parentesco.
Sería interesante comprobar mediante experimentos con aves en cautividad si otros pajarillos del bosque, como las currucas, asocian con un peligro el reclamo de arrendajos y mirlos. Siempre me lo he preguntado: ¿entiende la curruca el lenguaje del mirlo? Si es así, nos encontramos ante dos opciones: pueden saberlo de manera instintiva (las currucas que reconocen las alarmas se han visto favorecidas por selección natural) o pueden aprenderlo en el curso de sus vidas. Sería relativamente sencillo hacer un experimento con aves criadas en cautividad y que nunca hayan oído el reclamo de arrendajos y mirlos. Cuando fueran adultas bastaría con someterlas a este acuciante mensaje y ver cómo reaccionan. El grupo de control estaría formado por aves de la misma pollada que sí hubieran crecido oyendo las alarmas. También podríamos observar el comportamiento de aves juveniles, recién emplumadas, cuando se les somete al reclamo de alarma y ver si permanecen impasibles o no. Si tuviera que apostar, diría que sí responden a las alarmas y que esa respuesta es aprendida y no heredada. Esas son mis predicciones. Sin la debida exposición al  depredador y a la alarma del mirlo o del arrendajo, el pajarillo se plantaría ante las fauces del depredador sin ningún miedo. La asociación entre ambas cosas (alarma y depredador a la vista) probablemente se haga a lo largo de su vida, ya sea como aprendizaje propio o como imitación de otros miembros de la misma especie. Recientes trabajos han demostrado que si se entrena al maluro soberbio de Australia (Malurus cyaneus) a asociar sonidos nuevos con la presencia de depredadores, lo acaba haciendo (3). Esto viene a reforzar lo que decía antes: las especies responden y, además, aprenden a hacerlo. También sabemos que es más seguro fiarse de las alarmas conespecíficas que de las heteroespecíficas (4); vamos, que se entiende mejor el lenguaje propio que el ajeno.

La selección por encima del individuo: ¿quimera o realidad?
Todo esto del altruismo entre especies sociales nos lleva sin remedio a pensar un poco en cómo actúa la selección natural. Según la perspectiva más reduccionista, la única unidad que cuenta es el gen. Para el genético de poblaciones, la unidad sería el individuo dentro de un grupo local (aunque cambien los genes, son los individuos quienes se emparejan). Pero, ¿podría darse selección con el grupo como unidad? No sólo por parentesco cercano, sino porque los grupos más cooperativos y menos egoístas tendrían ventaja. Si hay cooperación en la búsqueda de alimento y en la defensa ante los depredadores, el grupo como un todo debería verse favorecido demográficamente en su conjunto, no sólo como una suma de individualidades. Las interacciones entre individuos también cuentan y el total acaba siendo mayor que la suma de las partes. Aunque la tendencia a escala individual sea que cada cual mire por sí mismo, hay circunstancias en las que sólo el trabajo en grupo permite sobrevivir. Ese debía de ser precisamente el caso de nuestros ancestros en las sabanas africanas, donde los egoísmos individuales eran muy poco positivos a la hora de salir adelante. Como defendía Sewall Wright, en poblaciones pequeñas los genes del altruismo podrían fijarse de tal modo que no podrían prosperar los genes del egoísmo, ya que el altruismo favorece al 100% de los miembros del grupo. Hasta que, claro está, aparezca una mutación egoísta de nuevo.

Así que, ¿quién sabe? Darwin pensaba que la selección de grupo había sido importante en la evolución de nuestra especie. Edward O. Wilson también lo sostiene en el caso de las hormigas, pero eso tiene menos mérito porque un hormiguero es como un único gran individuo (5). En las poblaciones humanas hay cercanía de parentesco pero también otras cosas que nos acercan. Aspectos de tipo psicológico o sociológico de gran peso, como la pertenencia al mismo grupo, la identificación con el compañero o vecino, la unión que genera tener un enemigo común en el valle de al lado o la experiencia de haberse defendido juntos de un depredador. Esos caracteres, intangibles para el biólogo que estudie al individuo de manera aislada, podrían marcar la diferencia y hacer que sea el grupo entero el que sobreviva o perezca como unidad. Siempre y cuando los lazos de dependencia sean muy estrechos, se den en poblaciones pequeñas donde puedan fijarse, haya poca dispersión entre grupos y se dé una alta frecuencia de conflictos. Sería un proceso socio-biológico, ya que la psique humana evolucionó en el seno de sociedades humanas, más influenciadas por nuestros congéneres que por factores ecológicos externos. Hay consenso hoy en día acerca de que el cerebro complejo humano evolucionó para hacer viable la vida en sociedad, más que para resolver problemas ahí fuera. A fin de cuentas, un ser humano aislado no es nada. Que este proceso pueda darse en otros animales sociales debe ser tanto o más posible cuanto mayor sea la necesidad que tengan los individuos de cooperar estrechamente entre sí para sobrevivir.

Agradecimientos

A Marta Vila, por su apoyo bibliográfico y su interés por estos humildes detectives, y a Vittorio Baglione por revisar y mejorar un borrador de este artículo. 

Bibliografía

(1) Waal, F. B.M. (2008). Putting the altruism back into the altruism: the evolution of empathy. Annu. Rev. Psychol., 59: 279-300.
(2) Griesser, M. (2008). Referential calls signal predator behaviour in a group-living bird species. Current Biology, 18: 69-73.
(3) Magrath, R.D. y otros autores (2015). Wild birds learn to eavesdrop on heterospecific alarm calls. Current Biology, 25: 2.047-2.050.
(4) Murray, T.G. y Magrath, R.D. (2015). Does signal deterioration compromise eavesdropping on other species’ alarm calls? Animal Behaviour, 108: 33-41.
(5) Bengston, S.E. y Dornhaus, A. (2014). Be meek or be bold? A colony-level behavioural syndrome in ants. Proceedings of the Royal Society B. Disponible en DOI: 10.1098/rspb.2014.0518.
Leer más...

domingo, 2 de octubre de 2016

El paradigma cambiante/The changing paradigm

Las grandes revoluciones suceden de manera relativamente rápida e imprevista, tras largos periodos de aparente estancamiento o constancia. En esto se parecen al proceder de la macroevolución en la naturaleza, el proceso que genera nuevas especies.

Durante milenios los humanos hemos vivido de manera predecible y estable. Uno nacía en el seno de una pequeña comunidad y ya sabía que se llamaría como su padre o su abuelo, que heredaría su modo de subsistencia y que apenas saldría de la aldea en toda su vida (1). Pero llegó la Revolución Industrial y lo puso todo patas arriba. En España los primeros intentos de industrialización empezaron en torno a 1850, cuando los liberales (en origen progresistas) trajeron el capitalismo con la buena intención de acabar con el caciquismo y el feudalismo que aún coleaba. Este proceso, que los amantes de la naturaleza solemos percibir como algo negativo, estuvo rodeado de una aureola de avance en lo social. Permitió a la mayor parte de la gente librarse de la esclavitud que ejercían los grandes propietarios de fincas rústicas.

Hacia los años cuarenta del siglo XX, Franco creó el Patrimonio Forestal Español (PFE) con el propósito de llenar todo de árboles, especialmente la franja norte peninsular, como medida de precaución económica ante el creciente boicot de los países de nuestro entorno. Aquello destruyó la forma de vida tradicional, a propósito o como daño colateral, y acabó con los montes comunales que eran imprescindibles para obtener estiércol, como vimos en el Quercus de julio (2). Cerrada la fuente de abono y destruido el sistema agropecuario, fue fácil que triunfase el Plan de Estabilización que concentró a la población rural en unas pocas ciudades dotadas de polígonos industriales: Barcelona, Madrid, Bilbao. La última vuelta de tuerca la dio la entrada de nuestro país en la Unión Europea, que impuso limitaciones a ciertas producciones ganaderas y agrícolas, reservando para la piel de toro el papel de geriátrico y lugar de vacaciones de los europeos del norte. Moría así definitivamente el milenario campo español y nacía, de golpe, un nuevo paradigma. 

Un nuevo paradigma también en conservación
Todo esto nos sitúa ante un escenario absolutamente novedoso para nuestra civilización. Hemos construido un mundo en el que el trabajo no sirve para subsistir, sino para ganar dinero, con el que comprar cosas, muchas de ellas prescindibles desde el punto de vista de la supervivencia. Un mundo en el que la movilidad de las personas y las mercancías forma parte de la normalidad.

Osa con su cachorro en Muniellos (Asturias). Desde hace unas décadas las especies escasas y de gran tamaño han empezado a recuperarse gracias a políticas activas de protección. Por el contrario, las especies pequeñas y comunes, como los gorriones, están en declive debido a los cambios en el uso del suelo y al éxodo rural. Paradojas de la vida (foto: Daniel Cara).

Por el camino, la gente se ha ido alejando de la naturaleza, con algunas consecuencias llamativas. En primer lugar, el bosque ha reconquistado antiguos espacios agrarios y buena parte la fauna forestal se ha recuperado, en detrimento de la que vivía en espacios abiertos. Las especies depredadoras de mediano y gran tamaño se han visto beneficiadas, en contra de las especies presa de pequeño tamaño. Finalmente, los animales antaño perseguidos han cambiado de costumbres tras perder el miedo, de ahí que ahora haya jabalíes que atacan a los perros de los paseantes o accidentes de tráfico provocados por corzos. Es el nuevo paradigma de la conservación. La gente de la ciudad ya no tiene interés en cazar perdices, palomas, conejos, liebres o codornices y su impacto directo sobre la fauna es mucho menor. Las licencias de caza llevan una tendencia decreciente en las últimas décadas. Por contra, han aumentado los efectos indirectos debido a la construcción de infraestructuras de transporte (autovías, autopistas, vías férreas, puertos, aeropuertos) y nuevas centrales de suministro de energía: aerogeneradores, plantas solares, embalses. Un mundo nuevo. ¡Lo nunca visto! 

Conservar la biodiversidad en un mundo post-industrial
En este mundo post-industrial, la clave para conservar la biodiversidad no creo que deba ser ni el desarrollo sostenible (un oxímoron en sí mismo) ni los servicios ecosistémicos (de planteamiento muy antropocéntrico). Proteger praderas de Posidonia, porque fijan más dióxido de carbono que las selvas tropicales, o moluscos del género Conus, porque producen un analgésico cien veces más potente que la morfina, son fines peligrosos. Hay soluciones técnicas, como los sumideros artificiales de carbono o la síntesis química de sustancias inventadas por la naturaleza, que pueden hacer que Posidonia y Conus sean prescindibles a corto plazo. Parece más adecuado aspirar a mantener en funcionamiento los procesos ecosistémicos, garantizar el funcionamiento de la maquinaria de la naturaleza. Conservar vivos los procesos ecológicos y también los evolutivos que generan los patrones que estamos acostumbrados a ver ahí fuera.

En esta línea va por ejemplo el “rewilding”, que en alguna versión blanda me parece bastante interesante. Las especies exóticas, por cierto, pueden cumplir papeles de sustitutos funcionales muy importantes en algunos casos y debemos tener la mente abierta a ello. Esto es especialmente relevante en las islas, donde las comunidades están ya muy simplificadas de por sí y la extinción neolítica se hizo notar de manera especial debido a que los sistemas eran menos redundantes.

La restauración ecológica
Toquetear los procesos naturales siempre tiene efectos imprevistos de mayor o menor magnitud. A mí las cuestiones de conservación cada vez me parecen más sociales que biológicas. Las decisiones digamos sociopolíticas de conservación se camuflan de ciencia muchas veces, aunque ésta no tenga nada que decir en realidad ante las preferencias humanas. ¿Quieres un modelo de restauración de un humedal que lo devuelva a su situación de hace 100 ó 1.000 años? Sírvase usted mismo. ¿Quiere favorecer a los insectos, al suelo o a las aves cuando decide sacar o no la madera muerta de un pinar quemado? A su gusto, no hay reglas universales (3, 4). Una opción alternativa es estarse quieto y no hacer nada, porque no se sabe en qué momento vamos a provocar un efecto imprevisto ni lo grave que será. Así que todo depende de los riesgos que uno esté dispuesto a asumir. En general, diría que lo más seguro es intervenir lo menos posible y que se alcancen nuevos equilibrios espontáneamente; aunque sean eso: completamente nuevos: novel ecosystems, en su expresión inglesa.

Caminos de futuro
La única manera de combatir el actual expolio del planeta es acabar con las desigualdades económicas, con la pobreza extrema. Los pobres han de enriquecerse, como ya ocurre en China o la India, y los países ricos vamos a tener que empobrecernos un tanto. También lo estamos haciendo ya y posiblemente como consecuencia del enriquecimiento ajeno. A esto podemos llamarle “crisis mundial”, pero más bien parece un proceso de suma cero. Dicho proceso estará en marcha hasta que se alcance un nuevo equilibrio en el que el dinero ya no pueda fluir, como el agua entre dos estanques al mismo nivel. Cuanto antes hagamos esa transición, mejor. Menos pérdidas ambientales por el camino. La persistencia de nuestros espacios protegidos (y no protegidos) en las zonas templadas del planeta está bastante asegurada. Pero la catástrofe biológica tiene lugar allá abajo (mirando desde aquí), precisamente donde se empaqueta la mayor parte de la diversidad mundial, testigo de tiempos antiguos en los que el clima tropical o subtropical afectaba a la práctica totalidad del planeta. La biosfera que se salve será la que llegue a ese nuevo punto de equilibrio. No veo otro camino. Los problemas son ya globales, no de aldea.

La conservación como sistema de valores y de emociones
La conservación es sobre todo un sistema ético y sólo existe como realidad objetiva en la compleja red que forman los cerebros del Homo sapiens. La segunda transición necesaria, además de acabar con las desigualdades, es desarrollar una nueva ética planetaria de respeto y de pertenencia al planeta. Eso tardará (quizás siglos) en ser una realidad, pero hay que ir haciéndola crecer granito a granito. La ciencia tiene un importante papel a jugar en el desarrollo de esa nueva ética por cierto. Una labor que apenas está haciendo hoy en día. 

De momento, haríamos bien tratando de conseguir que la gente establezca más vínculos emocionales con la naturaleza. La clave de la conservación está más en las emociones que en el dinero que se invierta. Desde el punto de vista psicológico, nosotros, los naturalistas, deberíamos estar dispuestos a perder un poco el romanticismo del “lobo agreste en la cárcava ibérica”, aunque nos cueste, a cambio de que sea mucha la gente interesada en ver al lobo vivo.  Son otros tiempos. Seguramente para bien. Mientras debemos tratar de conseguir que, con todos los cambios que están sucediendo en el paisaje, aunque las poblaciones de especies desfavorecidas se reduzcan mucho, no lleguen al punto de no retorno, porque nuevas circunstancias sociopolíticas y económicas pueden permitir que, a partir de esos reductos, las poblaciones vuelvan a recuperarse y expandirse en el futuro, como un muelle cuando deja de estar comprimido. 

Bibliografía

(1) Diamond, J. (2013). El mundo hasta ayer. Debate. Barcelona.
(2) Martínez-Abraín, A. (2016). ¿Tienes fuego? Quercus, 365: 6-8.
(3) Deryabina, T.G. y otros autores (2015). Long-term census data reveal abundant wildlife populations at Chernobyl. Current Biology, 25: R811-R826.
(4) Martínez-Abraín, A. (2014). Todo depende. Quercus, 344: 6-8.
Leer más...

martes, 23 de agosto de 2016

Mutatis mutandis

La expresión latina del título quiere decir: “cambiando lo que se deba cambiar”. Aquí la utilizo como juego de palabras y como excusa para hablar de la “mutación”, de su historia, uso y abuso. Toda persona interesada en la naturaleza debería tener claras ciertas ideas sobre las mutaciones y su papel en la evolución.

Aunque ahora asociamos la mutación con el darwinismo o, mejor dicho, con el neodarwinismo, la teoría mutacionista nació precisamente como oposición al darwinismo. Es curioso cómo los nombres cambian de bando con el tiempo. Pongamos por caso el término “popular”, que en tiempos de la Segunda República fue el apellido de una coalición de izquierda (Frente Popular) que ganó las elecciones justo antes de la Guerra Civil, mientras que hoy es un apelativo acaparado por la derecha española. Algo parecido ocurre con el término “estado” al que ahora acudimos para referirnos al conjunto de las comunidades autónomas españolas, mientras que antes formaba parte de las rancias siete leyes que organizaban la dictadura franquista (Leyes Fundamentales del Estado). Hasta el propio término “darwinismo” era empleado ya antes de Darwin para referirse a los trabajos poéticos de su abuelo Erasmus. En fin, vivir para ver.

El caso es que, allá por los primeros años del siglo XX, el botánico holandés Hugo de Vries desarrolló una teoría según la cual la evolución de las especies no procedía mediante pequeños cambios acumulados, de manera lineal o progresiva, como defendía Darwin, sino más bien mediante grandes cambios puntuales o macromutaciones. Es decir, De Vries se convirtió en el adalid del saltacionismo, mientras que Darwin se aferraba al “natura non facit saltus”, un principio que se remonta a Aristóteles, desoyendo el consejo de sus mejores amigos (como T.H. Huxley), que lo consideraban una limitación innecesaria de la teoría. De Vries trabajaba con plantas y observó que podían surgir nuevas variantes de novo, de manera súbita. En efecto, hoy sabemos que eso puede ocurrir por poliploidía, es decir, cuando azarosamente se producen células sexuales (gametos) que en lugar del juego habitual de cromosomas llevan más juegos. De Vries tenía razón: así puede surgir súbitamente una nueva especie de planta, como se ha comprobado en el género Limonium.

Asimilación es el nombre del juego
Una de las razones de que el género Limonium cuente con unas 150 especies es el papel que juegan la poliploidía y la aneuploidía (el hecho de tener diferente número de cromosomas). Pero el neodarwinismo, síntesis del darwinismo clásico con la genética mendeliana, incorporó hábilmente esos fenómenos dentro de su amplio paraguas, al considerar mutaciones tanto la poliploidía como las duplicaciones de cromosomas. Esto tiene truco, porque para el neodarwinismo la mutación era originalmente un cambio puntual, pequeño, en alguna de las bases nitrogenadas de la cadena de ADN. Errores puntuales, como los que puede cometer cualquiera que intente copiar un libro (¡pobres monjes copistas del Medievo!). Según ellos, esos pequeños cambios se irán acumulando hasta producir un gran cambio, una nueva especie. Dicho de otra manera, los neodarwinistas se apropiaron de un nombre (mutación) para dedicarlo a un fin opuesto al original (como en el caso de “popular” y “estado”). Al ver que las evidencias del saltacionismo eran irrefutables en el mundo vegetal, lo incorporaron a su cuerpo de doctrina. Mutación pasó a ser… cualquier cambio que afectara a genes, cromosomas y genomas. Y listo. Muerto el perro, se acabó la rabia. El nombre del juego es “asimilación”, como el que practican las grandes firmas de ropa con las modas que surgen espontáneamente o los propios gobiernos con los movimientos subversivos.

Flores de Limonium sinuatum en Cabo de Gata (Almería). El género Limonium genera especies con rapidez gracias al mecanismo de la poliploidía (explicaciones en el texto). En la actualidad cuenta con unas 150 especies (foto: Luis Iván Moya).

Lo mismo ha ocurrido tras haberse puesto de manifiesto que probablemente la evolución de las especies se da  a menudo mediante mecanismos genéticos más parecidos al saltacionismo de De Vries, que al mecanismo gradual y acumulativo del neodarwinismo. Ese mecanismo consistiría en la alteración, no ya de los genes estructurales, sino de los genes que regulan la expresión de otros genes, a través de las proteínas que codifican. ¿Cómo explicar si no que humanos y chimpancés compartamos nuestros genes en un 99% y seamos tan diferentes? Digamos que en lugar de modificar trozos de la instalación eléctrica de una casa (los genes) iríamos directamente al cuadro general  que controla el encendido y apagado de los electrodomésticos o, más correctamente, actuaríamos sobre el potenciómetro regulando la magnitud de la expresión génica. El neodarwinismo, que todo lo quiere englobar, considera de nuevo que estamos ante otro caso de mutación: se altera un gen regulador, pero un gen después de todo, ¿no? Sí, sí, se altera un gen, pero no es un gen cualquiera. ¡Es el interruptor general! ¿Y cuál es la diferencia? Pues enorme. En lugar de ver la macroevolución como un proceso gradual o acumulativo, propio de un modelo lineal, pasamos a verla como un modelo no-lineal. En este sentido creo que pueden darse tres tipos de modelos no-lineales. El primero sería el estándar (puntual-puntual), en el que un cambio genético puntual da lugar a un salto fenotípico sin más, esquivando de algún modo la velocidad de los diversos mecanismos intermediarios entre genotipo y fenotipo. Otro sería el gradual-puntual, del que ya hablé hace mucho en un Detective de Quercus (1), según el cual pequeños cambios genéticos acumulativos generarían al final un gran cambio fenotípico, a partir de cierto umbral. El último sería un modelo puntual-gradual, cuando un cambio genético puntual acabará manifestándose sin embargo de manera gradual en el fenotipo (la apariencia externa) debido al ajuste progresivo que requieren todos los otros sistemas involucrados en trasladar la información genética (2).

Evolución humana
Ante la frecuente pregunta de si la evolución ha terminado para nuestra especie, la respuesta ha de ser necesariamente doble. Por un lado, siguen operando pequeños cambios microevolutivos que se acumulan de manera gradual y no cambian de manera relevante nuestra identidad: una persona de 100 años puede haber acumulado cientos de pequeños cambios genéticos en su organismo. Pero, por otro lado, no estamos sufriendo grandes cambios.

Tales grandes cambios, si suceden en el futuro, se darán en alguna población marginal y aislada geográficamente (3) porque, según el modelo de equilibrio puntuado, la norma es la constancia en el tiempo rota puntualmente por episodios relativamente rápidos de cambio en poblaciones pequeñas y aisladas. Y con el grado actual de interconexión entre poblaciones es difícil que esto ocurra. Es decir, la especie humana mantiene su identidad y sólo cambiará si en el futuro cambia también nuestra capacidad de desplazamiento.

El concepto de especie
Confiar en un modelo lineal o no-lineal de especiación también tiene repercusiones inesperadas sobre el concepto de especie. Si dos especies oficialmente asumidas solapan sus áreas de distribución e hibridan con éxito, la visión lineal de la evolución se queda sorprendida y descolocada. Si se reproducen y dan lugar a descendencia fértil, como ocurre en los cruces entre pardela balear (Puffinus mauretanicus) y pardela mediterránea (Puffinus yelkouan), como comentábamos en el cuaderno de Quercus del pasado mes de junio, significa que ambas especies forman parte de un continuo y todavía no se han distanciado lo suficiente. Entonces, según el concepto biológico de especie de Ernst Mayr, aún no deberíamos considerarlas especies distintas.

Sin embargo, si recurrimos al modelo no-lineal todo se ve desde un prisma nuevo y el conflicto desaparece. Las especies no surgen mediante un proceso continuo sino discontinuo. La discontinuidad se origina mediante mecanismos genéticos no-lineales que generan especies ecológicamente distintas. Una de las consecuencias de dicho cambio genético puede ser el aislamiento reproductor… Pero puede que no. El aislamiento reproductor no es una condición indispensable. Las especies pueden mantener su identidad mientras sus áreas de distribución estén separadas. ¿Eran Homo neanderthalensis y Homo sapiens la misma especie porque fueron capaces de cruzarse con éxito a pesar de que una evolucionó en Europa y la otra en África? Si a Homo sapiens no le hubiera dado por internarse en Eurasia nunca hubiéramos dudado de que fueran dos especies distintas. El pensamiento no-lineal lleva directamente a apoyar el concepto ecológico de especie de Van Valen, para quien las especies son, en una libre interpretación de sus palabras, soluciones ecológicas al problema de la existencia que resultan ser lo suficientemente distintas  como para no entrar en conflicto por los recursos. Estar reproductivamente aisladas no es un pre-requisito. Tan sólo una posible consecuencia.

¿Aislamiento geográfico, si o no?
Habría que ver si es más fácil que surjan mecanismos genéticos no-lineales en pequeñas poblaciones marginales y aisladas para redondear el modelo del equilibrio puntuado. Desde luego, en esas condiciones es más frecuente la deriva genética y, el efecto fundacional. Quizás también sean más frecuentes los mecanismos epigenéticos debido a nuevas dietas o a situaciones de estrés en condiciones de aislamiento. ¿Lo son también los cambios en las secuencias de regulación? Probablemente sí, como discutiremos en un futuro Detective dedicado al comportamiento de los elementos móviles de nuestro genoma en situaciones de estrés. De serlo, a mi modo de ver, el modelo del equilibrio puntuado quedaría como imbatible para explicar la especiación (e incluso la microevolución). De todos modos, los casos de aparente especiación simpátrica (como el de los peces cíclidos del África oriental, con 1.500 especies aparecidas en los últimos 10.000 años) sugieren que el aislamiento geográfico no es necesario para que los mecanismos genéticos no-lineales operen o se disparen (2), a menos que se hayan dado en el pasado y ahora veamos su resultado como un todo revuelto. Una explicación poco parsimoniosa. 

En definitiva, y por rematar un tema inacabable, la genética moderna ha devuelto, en cierta medida, al concepto “mutación” el sentido original de su creador, el polémico De Vries, y lo ha alejado un tanto del concepto neodarwinista reservado para el cambio gradual y acumulativo. Así están las cosas hoy en día.  ¡Lo demás es jugar con las palabras!

Agradecimientos
Jaume Terradas, Marta Vila y José Manuel Igual comentaron un borrador de este trabajo, pero cualquier error u omisión sólo es atribuible a mi estulticia.


Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. (2011). ¿Gradual, puntual o gradual-puntual? Quercus, 302: 6-7.
(2) Terradas, J. (2014). Noticias sobre la evolución. Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona.

(3) Arsuaga, J.L. (2001). El enigma de la esfinge. Random House Mondadori. Barcelona.
Leer más...

miércoles, 27 de julio de 2016

¿Tienes fuego?

No fumo, nunca he fumado. Pero esta frase hecha me pareció una buena manera de atraer la atención del lector hacia un tema complejo: los incendios forestales de grandes dimensiones. Es uno de esos campos para los que todo el mundo tiene una explicación. Quizás es lógico que sea así pues las causas son multifactoriales o, mejor aún, multidimensionales. Pero tratemos de poner un poco de orden dentro del aparente caos.

Cuando uno trata de explicar el porqué de algo en biología necesariamente tiene que hacer una distinción entre causas próximas y causas últimas. Y distinguir entre causas y mecanismos también. Así, jerarquizando, estableciendo niveles, se ven las cosas más claras. En el caso de los incendios forestales hay una causa próxima que salta a la vista: hay muchos incendios de gran extensión, porque hay mucha biomasa acumulada. Sin mucha biomasa acumulada no hay incendios grandes, simplemente.

Pero este primer paso sólo nos lleva a preguntarnos por qué hay tanta biomasa acumulada en nuestros montes. Y aquí es donde entra en juego la multifactorialidad. Vamos a intentar desglosar las distintas causas últimas que pueden haber llevado a esta situación.

Repoblaciones forestales: Buena parte de las masas forestales que tenemos actualmente son hijas de las repoblaciones forestales orquestadas primero desde la dictadura de Miguel Primo de Rivera (años 20 del siglo XX) y posteriormente desde el franquismo. En 1941 se creó el “Patrimonio Forestal Español” (PFE), organismo cuya misión fue potenciar la economía forestal española en plena postguerra, como defensa ante el aislamiento internacional que sufría el régimen dictatorial. La actividad fue frenética, especialmente en la década 1952-1962 y hacia 1965 el trabajo estaba acabado. En poco más de 20 años se había llenado la Península (especialmente el norte) de pinos y eucaliptos (1), con plantaciones extensas y continuas. Huelga decir que las repoblaciones emplearon especies que son o bien pirófitas (que necesitan el fuego para reproducirse) o bien pirófilas (que son beneficiadas por el fuego pero no dependen de él), lo cual no ayuda nada tampoco.

Abandono del mundo rural: Este punto no existe desligado del anterior. Los planes desarrollistas del franquismo se articularon en dos etapas. Primero, el PFE invadió, robó y repobló los terrenos comunales de las comunidades agro-pastorales que eran vitales para el desarrollo de la agricultura, pues de ellos procedía el matorral de leguminosas que se empleaba para generar el abono de los huertos. Con ello puso a los agro-ganaderos y sus economías de subsistencia (que no de comercialización), contra las cuerdas. Una vez conseguido esto el franquismo, a través de los tecnócratas del Opus Dei, da una segunda vuelta de tuerca a la situación y crea el “Plan de Estabilización” (PE). Es decir, surgen grandes factorías y polígonos industriales en las ciudades principales y se fomenta la emigración desde el mundo rural a las ciudades. La mayoría de nosotros somos hijos urbanitas de padres campesinos que vivieron ese tránsito. A resultas de todo ello el campo se vacía y todas las actividades extractivas que se realizaban hasta entonces (que tenían al bosque reducido a una mínima expresión) desaparecen o se minimizan, lo que fomenta la expansión del mundo arbóreo. Seguramente no hemos tenido tanta superficie forestal desde hace muchos siglos.
La raíz de este proceso se podría remontar hasta la importación del capitalismo en este país, de manos de los liberales de Práxedes Mateo Sagasta, quienes trataban con ello de acabar con el secular caciquismo, relicto del medievo. Y también hasta la desamortización de los terrenos comunes practicada por Pascual Madoz. El único tipo de propiedad que se veía rentable para "salir del atraso" era la propiedad individual y así los terrenos comunes empezaron su declive ya desde mediados del siglo XIX (1). Así pues las causas de los incendios de hoy en día hay que buscarlas ¡más de 150 años atrás!

Maquia termomediterránea arbolada con Pinus halepensis, ocupando una umbría valenciana donde la vegetación potencial es la carrasca Quercus ilex ballota. Un auténtico polvorín. La gran acumulación de biomasa es la causa próxima de la gran extensión de los incendios forestales actuales, a su vez debida al abandono del rural y la ausencia o escasez de grandes herbívoros (causas últimas). Foto del autor.

Herbivoría: El abandono del rural y la expansión del bosque han conllevado la expansión de algunos pequeños herbívoros, notablemente el corzo. Pero en nuestros montes falta la herbivoría (ramoneadores y pastadores) del Pleistoceno, la de los grandes mamíferos herbívoros (el caballo salvaje, el uro, los asnos salvajes, el ciervo en muchos sitios). Esa labor fue sustituida en el mundo agrosilvopastoral por la apertura de bosques para la agricultura y por la labor de la gran fauna doméstica (vacas, caballos, burros, cabras, ovejas). Muerto el mundo rural muere también esa importante labor de aclarado de los montes. Es decir, las masas forestales extensas, amantes del fuego, son además demasiado densas. Más densas de lo normal, de lo natural, por así decirlo.

Debido a estas causas últimas llegamos hasta la causa próxima y por todo ello tenemos hoy en día un sustrato base muy favorable para la ignición, especialmente en los secos y tórridos veranos mediterráneos, o en años con condiciones meteorológicas especiales, como pasó en diciembre de 2015 en Asturies, donde los efectos del fenómeno El Niño (escasez de lluvias, altas temperaturas, vientos fuertes) provocaron una oleada de más de cien incendios. Sobre ese sustrato pueden actuar diversos mecanismos de ignición (que habitualmente son tildados de causas).

Azarosos o estocásticos: el caso paradigmático sería el rayo, en las tormentas secas mediterráneas. No es el caso en la región eurosiberiana de la Península Ibérica, pero en el resto de ella (de carácter mediterráneo) la coincidencia en los estíos de las temperaturas más altas con la ausencia de lluvias genera un cocktail muy proclive a los incendios, de manera espontánea. 

Accesibilidad: La colilla que cae desde la ventanilla del coche y por casualidad acaba prendiendo parece un factor estocástico a primera vista, pero muchas veces es consecuencia casi determinista de la mayor accesibilidad a las masas boscosas que generan la apertura de pistas y carreteras en las montañas. 

Históricos: la continuidad de viejas prácticas, como las quemas de rastrojos, podas, matorral, que en los paisajes de antaño era imposible que se nos escapasen de las manos, ahora se convierten en una fuente de peligro. Actividades que “se han hecho toda la vida”, ahora están fuera de sitio en los nuevos paisajes cargados de biomasa.

Sociales: las rencillas entre vecinos o los intereses contrapuestos entre miembros de las comunidades de montes (ganaderos que prefieren espacios abiertos, pastos, frente a otros más interesados en el provecho forestal).

Económicos: aquí entrarían motivos de índole moderna, capitalista, como los intereses urbanísticos. Buena prueba de ello es la facilidad con la que arden los montes cuando las leyes permiten la urbanización del territorio en los terrenos quemados o la venta de madera quemada. Es una invitación a “darle” fuego al monte. También lo son las subvenciones de la Política Agraria Comunitaria a las superficies de pasto para el ganado, que pueden ser percibidas a partir de que haya transcurrido un año del incendio. Los cambios tecnológicos en las empresas papeleras, que pueden preferir un tipo de árbol frente a otro (eucaliptos frente a pinos o eucaliptos finos en lugar de eucaliptos gruesos) puede ser otro motivo de ignición. 

Es útil mantener este esquema jerárquico en mente: causas últimas, causas próximas y mecanismos, sin confundir los unos con los otros, para poder atajar el problema de raíz. 

Recapitulando
En definitiva, no se equivoca del todo el paisano cuando dice que el monte arde porque “está sucio”. Claro, a los ojos del ecólogo y del naturalista, el monte “sucio”, lo que se dice sucio, no está. No tiene basura y la vegetación que vemos es la sucesión ecológica avanzando hacia la vegetación potencial de la zona, recuperando el terreno y el tiempo perdidos, como defendía yo mismo en un Detective ya antiguo (2). Pero hemos de entender lo que quiere decir el paisano. Antaño no había casi bosque. Antaño el poco bosque que había estaba muy aclarado por las extracciones de matorral y por la acción de la herbivoría del ganado doméstico. Y antaño no había incendios tan extensos que ni los hidroaviones pudieran apagar. Hogaño, los pocos y aclarados bosques que teníamos eran sobre todo de frondosas, no de especies pirófitas. Además nuestras masas forestales en recuperación (pongamos una maquia con pinar asociado que camina hacia un encinar) tienen más densidad de matorral del que sería esperable en un paisaje prístino europeo lleno de grandes herbívoros salvajes. Al menos en este aspecto no se equivoca el nativo al exclamar que el monte está sucio. Obviamente él o ella también se refieren a que los árboles ocupan ahora el lugar que décadas atrás era terreno de pasto o zona de cultivo, ganados al bosque con mucho trabajo de sus antepasados. Nosotros sin embargo vivimos esa expansión como algo bueno, como una recuperación de la naturaleza. Pero no hay que olvidar sin embargo que muchas de las especies que caracterizan a la fauna europea silvestre que ha llegado hasta el siglo XXI son especies de espacios abiertos, seleccionadas a lo largo de  milenios de actividad humana. Así pues el regreso del bosque es bienvenido pero se cobrará sus bajas en forma de menos perdices, menos conejos, menos alondras, menos mariposas y menos anfibios. Y más incendios. Muchos más y mucho más grandes. Ya se lo está cobrando de hecho. 

Tal vez los mecanismos autoreguladores se pongan en marcha de nuevo. La crisis económica del mundo basado en el capital sin controles, la crisis de las grandes ciudades poco vivibles, en paralelo con la recuperación de las masas forestales, empieza a atraer gente de vuelta al rural. Puede que los neorurales se conviertan en los nuevos pastores de la biodiversidad, aunque los pioneros lo tendrán muy difícil. Desde luego no podemos esperar que las administraciones puedan manejar el paisaje para mantener grandes zonas abiertas a la fuerza, artificialmente. No creo que sea deseable, desde el punto de vista de la conservación, el regreso a un pasado con un rural superpoblado en el que los bosques queden reducidos a pequeñas manchas y el lobo y la comadreja vuelvan a ser enemigos públicos. Pero el regreso de cierta cantidad de urbanitas concienciados, con nuevas prácticas, nuevas éticas y nuevos objetivos, es probablemente lo mejor que lo podría pasar a la diversidad biológica ibérica. Hasta las especies más forestales, como el urogallo del Pirineo, no llevan bien estos nuevos bosques nuevos tan densos, con poca herbivoría donde a las crías les resulta difícil tener largas distancias de huida de los abundantes depredadores (3). En este sentido la reintroducción de un carnívoro especialista en el bosque como el lince boreal (que ahora comienza a plantearse como una posibilidad) podría tener unas consecuencias tremendas para unos urogallos que viven ahora en bosques muy subóptimos para defenderse de los depredadores. Y desde luego la única manera de acabar con esos devastadores incendios de hoy en día es restarle biomasa al monte, mediante aprovechamientos racionales y de intensidad intermedia y empleando al ganado como sustituto de la megafauna perdida.


Referencias citadas
(1)   Pérez Pintos, X. 2009. Historia contemporánea da destrucción da natureza en Galicia. Edicions A Nosa Terra.
(2)   Martínez-Abraín, A. 2009. Paisajes inventados. Quercus 282:6-7. 


(3)  Fernández-Olalla, M. y colaboradores. 2012. Assessing different management scenarios to reverse the decline of a relict capercaillie population: A modelling approach within an adaptive framework. Biological Conservation 148:79-87. 
Leer más...

miércoles, 22 de junio de 2016

Híbridos: cuando el ruido es información/Hybrids: when noise is information

Este es un mundo de concursos caninos, felinos, ecuestres o vacunos. Es decir, un mundo en el que se valora la pureza de la raza. Pero la mayoría de los animales domésticos que tenemos a nuestro alrededor son cruzados, mil-leches,  mezclas. Hay muy pocos que sean puros.

Quizá esta obsesión por la pureza de los animales domésticos sea un reflejo del mismo mecanismo cerebral que nos lleva a buscar especies silvestres bien definidas y reproductivamente aisladas. Según el concepto biológico de especie, que enunció Ernst Mayr (1904-2005), el aislamiento reproductivo es la condición indispensable para poder definir a una especie. A cualquier especie, ya sea animal, vegetal, fúngica, protista o procariota. No hace falta decir que eso es… ¡abarcar demasiado! Dejaremos a un lado los organismos microscópicos, donde la transferencia horizontal de ADN está a la orden del día, para hablar de plantas y de animales.

¿Quedan bien definidas las plantas según el criterio de Mayr? Pues, no mucho, la verdad, a tenor de lo muy extendida que está la poliploidía en el mundo vegetal. En otras palabras, los vegetales hibridan con mucha facilidad y generan especies nuevas de manera súbita cuando se produce una irregularidad en la meiosis y no se da la disyunción de los cromosomas. Por tanto, se admite y reconoce que entre las plantas la hibridación es un mecanismo no sólo habitual sino generador de riqueza biológica. De los cruces entre especies vegetales surgen novedades y nadie se extraña de un híbrido vegetal. Pongamos por caso el cruce de dos especies del género Quercus, que da nombre a esta revista. En Extremadura, por ejemplo, llaman “mestos” a los híbridos de encina y alcornoque. Pero cuando esto ocurre en el reino animal se disparan todas las alarmas. Nadie espera que surja nada bueno de un cruce entre especies animales. Tan sólo se espera una pérdida de pureza en el acervo genético de cada especie.


Tafoni. Formación geomorfológica propia de rocas granulares expuestas a diversos mecanismos de erosión física. Se muestra aquí sólo como ejemplo visual de la formación de una retícula. Según la evolución reticulada las especies no sólo se separarían en forma de árbol siempre bifurcante sino que sufrirían también procesos eventuales de fusión por hibridación, dando lugar a una red o retícula. (Foto: internet). 
Evolución reticulada
En el mundo de las plantas más nos valdría olvidarnos de los clásicos árboles filogenéticos, con ramas que se separan, y sustituirlos por una estructura en forma de red. Sencillamente, las ramas del árbol filogenético no sólo sufren divisiones, sino que también experimentan fusiones. Las especies se separan para volver a unirse y luego separarse de nuevo hasta formar un entramado de celdas, una red. Por eso, este tipo de evolución recibe el nombre de evolución reticulada. ¿Sería posible también la evolución reticulada entre los animales?

Me vienen a la cabeza los numerosos casos de híbridos entre aves que los ornitólogos reportan cada año en anuarios y blogs. Es el caso, por ejemplo, de los porrones, los patos buceadores del género Aythya. Se han descrito, por ejemplo, híbridos entre A. ferina y A. fuligula, entre A. fuligula y A. marila, entre A. ferina y A. nyroca y entre A. collaris y A. fuligula. Lo mismo pasa con diversas especies de gaviotas, como las hibridaciones entre Larus hyperboreus y L. argentatus o entre L. hyperboreus y L. smithsonianus. ¿Significa esto que las especies de las que proceden estos híbridos no eran verdaderas especies? Si adoptamos estrictamente el concepto biológico de especie habríamos de concluir que no lo eran.

Pero la definición de Mayr no es la única que se ha formulado. En concreto, el concepto biológico de especie sólo se entiende en el marco teórico de la síntesis neodarwinista. En este contexto, las especies se forman por acumulación progresiva de pequeños cambios a lo largo de un continuo. Es decir, dos especies animales que hibridan son vistas como un complejo que antaño era una misma cosa y que aún no ha llegado a separarse del todo. Van en ese camino sí, pero aún no han llegado al aislamiento reproductivo completo, reza el neodarwinismo. Las formas que quedan a mitad de camino se consideran sub-especies o también semi-especies.

Especies ecológicas
Pero, ¿y si en lugar de ese modelo lineal de aparición de especies adoptamos otro diferente, uno no-lineal en el que pequeños cambios genéticos (por ejemplo en genes reguladores) pueden marcar una diferencia fenotípica sustancial, pero no relacionada con el aislamiento reproductor? Un modelo para el que las subespecies no pasarían de ser meros accidentes no adaptativos debidos a  deriva genética. Hablaríamos entonces de “especies ecológicas”, como las definió el gran ecólogo evolutivo americano Van Valen, que se mantienen como tales simplemente porque son soluciones distintas al problema de la existencia. Habitan en regiones separadas, tienen distintas zonas de invernada, de muda o de forrajeo, y no interaccionan entre sí. Pero sin las fronteras geográficas que las separan podrían cruzarse sin problemas. Es decir, el aislamiento reproductor deja de ser una causa de especiación para convertirse en una consecuencia, que puede o no darse. Entonces desaparecen de golpe nuestros problemas con los híbridos. En definitiva, las especies pueden generarse de manera relativamente rápida (a escala de tiempo geológico) y esa especiación –esto es importante– puede tener como consecuencia, o no, el aislamiento reproductor. En ese momento comenzaría el nacimiento de algo nuevo a través del proceso de hibridación. Las especies ecológicas animales, como las vegetales, responderían a un modelo de evolución en forma de red.

¿No es esto hermoso? Sistemas dinámicos que se separan y se juntan para volver a separarse, siguiendo el ritmo que determine el azar y la evolución de los ecosistemas. Esto entronca, por cierto, con la famosa idea de nuestro querido Ramón Margalef de que la evolución se da en el marco de la sucesión de los ecosistemas. Pensemos, por ejemplo, en el chimpancé y el bonobo, separados desde hace un millón y medio de años por el río Congo en África central. Si ahora esa barrera biogeográfica desapareciera, ¿podrían hibridar el bonobo y el chimpancé? Yo no apostaría mi brazo derecho a que no. ¡Al menos, no antes de que se averigüe cómo demonios puede regenerarse un miembro perdido, al estilo de las estrellas de mar o del ajolote mexicano!

Pardela balear (Puffinus mauretanicus) en la hura donde se reproduce. Esta especie hibrida con la pardela mediterránea (P. yelkouan) allí donde coinciden sus áreas de distribución, como en la isla de Menorca. Lo cual no es algo anormal ni significa que ambas pardelas pierdan su categoría de especie (Foto: Maite Louzao).

Pardelas en el Mediterráneo
Otro ejemplo que me resulta familiar es el de las pequeñas pardelas del género Puffinus. Desde que el Mediterráneo abandonara su periodo de desecación hace algo más de cinco millones de años (1), ha visto como surgían varias especies distintas de pardelas a partir de un ancestro común, de las cuales actualmente sólo sobreviven dos. Como sabéis, una vive en la parte oriental del Mediterráneo (P. yelkouan) y su especie hermana en la occidental (P. mauretanicus). Resulta que las áreas de distribución de ambas especies coinciden en la isla de Menorca y allí hibridan (2). ¿Acaso eso significa que no son especies verdaderas? Con el concepto ecológico de especie en la mano no hay ninguna duda de que lo son: crían y se alimentan en zonas distintas, y difieren morfológicamente. Simplemente, su especiación ecológica no incluyó el aislamiento reproductor y los individuos que coinciden en Menorca pueden hibridar. Si ese proceso se extendiera de manera espontánea a un porcentaje alto de la población podría suponer el final de una de esas especies, pero surgiría algo nuevo en su lugar (2b).

¿No podría ser este un mecanismo habitual de especiación en animales? Nosotros mismos, los Homo sapiens, somos los primeros híbridos “impuros”. Además de nuestro ADN propio, llevamos a cuestas el de los neandertales, los denisovanos y los pre-denisovanos, que sepamos hasta ahora. No somos una mezcla a partes iguales, pero portamos ADN de tres especies de humanos arcaicos. Tras nuestra salida del continente africano nos fuimos mezclando con todos los humanos que encontramos en Eurasia. ¿Más ejemplos? Un 10% de los genes de los coyotes del este de Estados Unidos viene de los perros domésticos y un 25% directamente del lobo.

Cambio climático e hibridación
Me viene a la cabeza aquella campaña de erradicación de malvasía canela en los años noventa, una especie americana, porque hibridaban con la nativa malvasía cabeciblanca. Probablemente interrumpimos artificialmente un proceso de evolución que fue iniciado involuntariamente al trasladar malvasías americanas al Reino Unido y dejar que se escaparan. En tal caso la erradicación parece justificada, porque no fue un proceso espontáneo, sino mediado por nosotros, pero ¿qué hubiéramos hecho si las malvasías canales hubiesen llegado por sus propios medios? Me temo que lo mismo.

Más bien, deberíamos ir acostumbrándonos a esto de la hibridación. A medida que el planeta se calienta, las áreas de distribución de las especies terminan por entrar en contacto y son cada vez más las que hibridan entre sí. En Norteamérica, los osos pardos están hibridando con los osos polares, al igual que las ardillas voladoras del sur con las del norte, varias especies de reinitas del género Dendroica o las mariposas amazónicas del género Heliconius (3). Bien podría pasar que los híbridos, en lugar de tener problemas de adaptación, se inserten ecológicamente con mayor facilidad y rapidez en sus ecosistemas cambiantes (4). Es el mismo vigor híbrido que se busca al mezclar distintas variedades de animales domésticos para generar mestizos más resistentes. De hecho, esto es precisamente lo que parece estar pasando con los coyotes híbridos (coywolves) en aquellos lugares donde el lobo había sido extirpado con anterioridad. Y ese parece ser también el caso de nuestra especie, sin ir más lejos, que ha visto reforzado su sistema inmune gracias a la hibridación con Homo neanderthalensis.

Al menos durante los periodos de cambio climático –y los ha habido para dar y regalar en la historia del planeta– la hibridación ha debido ser el pan nuestro de cada día, un mecanismo más de diversificación de animales y vegetales. Como tal, merece nuestro respeto. También ha ocurrido en poblaciones isleñas que quedan reducidas a un tamaño muy pequeño, pero que tienen alguna especie hermana a mano con la que mezclarse como último recurso de supervivencia. No podemos tenerlo todo bajo control ni esperar que el mundo se mueva por los caminos que nosotros consideramos aceptables. La naturaleza se empeña una y otra vez en demostrarnos que puro no hay nada, que la diversidad de estrategias es la norma y que el mundo imaginado tiene poco que ver con el real.

Agradecimientos
A Carlos Herrera, por hablarme del concepto de evolución reticulada. Jaume Terradas y Marta Vila leyeron sendos borradores del trabajo y aportaron valiosos comentarios.

Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. (2014). El mar entre tierras… humanizadas. Quercus, 337: 6-8.
(2) Genovart, M. y otros autores (2005). Two sibling species sympatrically breeding: a new conservation concern for the critically endangered Balearic shearwater. Conservation Genetics,  6: 601-606.  
(2b) Genovart, M. y otros autores. (2012). Genetic and phenotypic differentiation between the critically endangered Balearic shearwater and neighboring colonies of its sibling species. Journal of Heredity 103:330-341. 
(3) Breining, G. (2015). Coydogs and lynxcats and pizzlies. Disponible en: http://ensia.com/articles/coydogs-and-lynxcats-and-pizzlies-oh-my/
(4) Arnold, M.L. (2006). Evolution through genetic exchange. Oxford University Press. Oxford.
Leer más...