miércoles, 13 de mayo de 2015

Una tarde de dos instantes: raíces biológicas de la xenofobia

Muchas actividades humanas consisten en contemplar de forma prolongada un evento, un fenómeno o una manufactura. La del naturalista, sin embargo, se compone con frecuencia de instantes, de observaciones momentáneas aunque, eso sí, gloriosas.

Este artículo será un relato de un par de instantes. Un breve relato de momentos vividos en el campo que han sido fuente de inspiración y reflexión además de enorme disfrute. 

Residentes e intrusos
Llevaba mucho tiempo con la idea de escribir algo así. El detonante fue algo que me ocurrió el 16 de enero de 2015, alrededor de las seis y media de la tarde. Había salido de paseo campestre, como suelo hacer diariamente después del trabajo, y me dirigí a las riberas del río de mi pueblo adoptivo (de cuyo nombre no puedo acordarme) en Galicia. Ante la algarabía orquestada por tres cornejas alcé la vista hacia la copa de los árboles y vi que el jaleo procedía de un riña entre  córvidos de negro plumaje y un ratonero que trataba de posarse en una rama. Las cornejas delataron su presencia con graznidos, algo que también hacen las urracas, y luego persiguieron al ave de presa hasta conseguir que se alejara. Sé que no es un hecho extraño ni infrecuente, pero pocas veces nos paramos a pensar por qué ha de ser así. ¿Por qué la familia de los cuervos ha de repudiar de tal manera a las aves de presa? ¿Sólo demuestran tal saña con las rapaces? En Gales recuerdo haber visto una escena similar protagonizada por cornejas y una garza real. ¿Acaso los ratoneros y las garzas son potenciales depredadores de cornejas? Lo dudo mucho, fuera del expolio ocasional de algún nido.

El odio instintivo de las rapaces diurnas hacia las rapaces nocturnas tampoco termina de estar muy fundado en la depredación. ¿Es el búho real un habitual depredador de aguiluchos cenizos y halcones de Eleonora? Realmente, no. Y, sin embargo, nuestros colegas de la Universidad de Alicante emplean con éxito ese viejo conocimiento de los cetreros para capturar aguiluchos y halcones que luego marcan con fines científicos.

Yo tengo la sospecha de que esas reacciones agresivas se deben a que los habitantes de un lugar tienen respuestas xenófobas ante todo lo que sea ajeno a su comunidad. Bueno, más bien hasta que el extraño se integra en la comunidad. También sucede entre los humanos. Pensemos en el trivial acto de coger un autobús: cuando accedes al vehículo y estás pagando el billete, el resto de los viajeros te percibe como un elemento hostil. No encuentras el beneficio de la duda en la mirada de la gente que, sentada, forma la "comunidad" instantánea residente del autobús. Eres sospechoso de todo. Sin embargo, avanzas por el pasillo y en un acto de valentía –y también de demostración de paz– ocupas tranquilamente un asiento vacío. En ese momento has sido aceptado por la comunidad y tú mismo te conviertes en residente y evaluador del posible peligro que entrañe el próximo que entre por la puerta. Todo sucede en cuestión de segundos o décimas de segundo y de manera inconsciente. Pero sucede y todos lo sabemos.

Pues algo similar creo yo que pasa en las comunidades animales. Ese ratonero y esa garza, que las cornejas persiguieron, probablemente no eran residentes habituales de aquel territorio, de aquella arboleda. Y las cornejas lo saben. Estoy proponiendo, sí, que los animales residentes se conocen individualmente en el seno de una comunidad. Que tienen nombre y apellidos. También creo que las ovejas que pastan en un prado conocen el sonido individual que hace el cencerro que llevan colgado al cuello las otras. Si entrase una oveja nueva el rebaño con un nuevo sonido al cuello lo percibirían al instante. Lo que se rechaza es lo extraño, lo foráneo. Hasta que se conoce y se incorpora. Es un rechazo instintivo con bases biológicas profundas que la especie humana maneja culturalmente, con mejor o peor acierto, gracias a su pensante corteza cerebral. Es decir, todo lo anterior implica que la xenofobia pueda tener bases biológicas, lo cual es una ayuda para entender mejor porqué hacemos determinadas cosas de las que la sociedad del siglo XXI en su conjunto no se siente nada orgullosa. Conocer nuestras vulnerabilidades es el primer paso para poder evitarlas. 

Buena parte de los pueblos indígenas del planeta se llaman a sí mismos “la gente”. Es decir, piensan que son los únicos habitantes del mundo y todos los demás son otra cosa distinta y sospechosa. Esa xenofobia instintiva se ha ido domeñando con la cultura, con la vida sedentaria en grandes urbes multiculturales. La aceptación humana del extraño, del extranjero, es relativamente reciente ¡y un gran logro de la humanidad! Pero ahí fuera, en la naturaleza, las leyes del rechazo a lo extraño siguen operando. Esta es una hipótesis fácilmente contrastable e invito a quienes tengan oportunidad de estudiarla a que lo hagan. Por ejemplo bastaría con poner en Columbretes un señuelo de pelícano o de flamenco (por citar dos especies de aves voluminosas y no depredadoras de halcones) y observar la reacción de los halcones de Eleonora. Me encantaría conocer los resultados y, si estoy equivocado, admitirlo y plantearme una nueva explicación para tales hechos. Así funciona el método hipotético-deductivo de la ciencia moderna.

La imagen idílica de la nutria como habitante de cabeceras impolutas de ríos ha demostrado ser un artefacto histórico debido a su persecución en el pasado y a la contaminación de los ríos. Las nutrias del siglo XXI son generalistas y eclécticas, habituadas a la presencia de humanos inofensivos (Foto del autor)

La comunidad de las nutrias
El caso es que aquel suceso me hizo pensar. Volvía a casa satisfecho, pues un instante que da para reflexionar así bien premia una tarde entera, un día entero. Pero hubo más. Aquella fue una tarde de dos instantes. Había llovido por la mañana y el río venía recrecido y achocolatado. Lo miré de reojo, ya con la luz cayendo, y me pareció ver un objeto alargado flotante, como un tronco a la deriva. Lo curioso del asunto es que navegaba río arriba, es decir, ¡contracorriente! Sí, había dado la casualidad de que en ese instante que miré hacia el río pasaba una nutria nadando. Había acudido al río montones de veces a ver si tenía el gusto de observarlas, pero siempre con resultados negativos. Muchas esperas saldadas con fracasos. Y justo en aquel momento, en el que aún tenía cornejas, autobuses y ratoneros en la cabeza, aparece la nutria como un regalo caído del cielo. A los pocos segundos salió caminando del agua en una zona de pendiente suave, desprovista de vegetación, dio una vuelta sobre sí misma y estornudó. Deduzco que le había entrado agua en las fosas nasales debido a la fuerza que traía el río crecido y por navegarlo en contra de la corriente. Después re-emprendió su acuático camino río arriba, nadando. Al entrar en el agua se dio cuenta de mi presencia y, sin ponerse demasiado nerviosa, se sumergió y buceó unos diez metros, saliendo de nuevo a la superficie y retomando su camino hacia la cabecera.

En este caso la reflexión vino ligada a la actividad diurna de la nutria y a cómo se han habituado estos singulares mustélidos del siglo XXI a una presencia humana que hoy en día resulta inofensiva. Un tema, el de la moderna fauna sin miedo, al que acudo recurrentemente en las páginas de Quercus. Hasta hace unas pocas décadas, las nutrias eran perseguidas por la piel, pero sus poblaciones se han recuperado enormemente durante los últimos 50 ó 60 años de tregua. Ahora se mueven sin problemas a plena luz del sol y no eluden las zonas altamente transformadas por nuestras actividades. A la hora de cazar buscan las aguas remansadas de los embalses, las presas de antiguos molinos e incluso las lagunas de las estaciones potabilizadoras o de los campos de golf. Soportan cauces hormigonados, comen cangrejos americanos y peces introducidos. ¿Dónde queda la imagen idílica de las nutrias como habitantes de las cabeceras impolutas y prístinas de los ríos? ¿De la nutria especialista e indicadora de calidad de las aguas? Se esfumó. Gone for ever. Y, afortunadamente, emergió una nutria superviviente, plástica, ecléctica, generalista, nada sibarita, todoterreno. Digo afortunadamente porque, en caso contrario, no habría llegado hasta nuestros días.

Después de reflexionar sobre las cornejas, sentí que las nutrias habían incorporado a los seres humanos como parte del decorado en su vida cotidiana. Unos extraños mamíferos bípedos, ruidosos y curiosos, pero inofensivos. Ocupamos nuestro asiento en el autobús sin meternos con ellas. Decía Wenceslao Fernández Flórez en su magnífica novela El bosque animado que las bestezuelas de la fraga de Cecebre se deseaban entre sí “que el hombre te ignore”, como el mejor de los destinos posibles. Nosotros, los naturalistas, no las ignoramos y estamos encantados de vivir con ellas unos instantes valiosísimos, que embellecen nuestras vidas, pues aspiramos a formar parte de su comunidad.
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