miércoles, 27 de julio de 2016

¿Tienes fuego?

No fumo, nunca he fumado. Pero esta frase hecha me pareció una buena manera de atraer la atención del lector hacia un tema complejo: los incendios forestales de grandes dimensiones. Es uno de esos campos para los que todo el mundo tiene una explicación. Quizás es lógico que sea así pues las causas son multifactoriales o, mejor aún, multidimensionales. Pero tratemos de poner un poco de orden dentro del aparente caos.

Cuando uno trata de explicar el porqué de algo en biología necesariamente tiene que hacer una distinción entre causas próximas y causas últimas. Y distinguir entre causas y mecanismos también. Así, jerarquizando, estableciendo niveles, se ven las cosas más claras. En el caso de los incendios forestales hay una causa próxima que salta a la vista: hay muchos incendios de gran extensión, porque hay mucha biomasa acumulada. Sin mucha biomasa acumulada no hay incendios grandes, simplemente.

Pero este primer paso sólo nos lleva a preguntarnos por qué hay tanta biomasa acumulada en nuestros montes. Y aquí es donde entra en juego la multifactorialidad. Vamos a intentar desglosar las distintas causas últimas que pueden haber llevado a esta situación.

Repoblaciones forestales: Buena parte de las masas forestales que tenemos actualmente son hijas de las repoblaciones forestales orquestadas primero desde la dictadura de Miguel Primo de Rivera (años 20 del siglo XX) y posteriormente desde el franquismo. En 1941 se creó el “Patrimonio Forestal Español” (PFE), organismo cuya misión fue potenciar la economía forestal española en plena postguerra, como defensa ante el aislamiento internacional que sufría el régimen dictatorial. La actividad fue frenética, especialmente en la década 1952-1962 y hacia 1965 el trabajo estaba acabado. En poco más de 20 años se había llenado la Península (especialmente el norte) de pinos y eucaliptos (1), con plantaciones extensas y continuas. Huelga decir que las repoblaciones emplearon especies que son o bien pirófitas (que necesitan el fuego para reproducirse) o bien pirófilas (que son beneficiadas por el fuego pero no dependen de él), lo cual no ayuda nada tampoco.

Abandono del mundo rural: Este punto no existe desligado del anterior. Los planes desarrollistas del franquismo se articularon en dos etapas. Primero, el PFE invadió, robó y repobló los terrenos comunales de las comunidades agro-pastorales que eran vitales para el desarrollo de la agricultura, pues de ellos procedía el matorral de leguminosas que se empleaba para generar el abono de los huertos. Con ello puso a los agro-ganaderos y sus economías de subsistencia (que no de comercialización), contra las cuerdas. Una vez conseguido esto el franquismo, a través de los tecnócratas del Opus Dei, da una segunda vuelta de tuerca a la situación y crea el “Plan de Estabilización” (PE). Es decir, surgen grandes factorías y polígonos industriales en las ciudades principales y se fomenta la emigración desde el mundo rural a las ciudades. La mayoría de nosotros somos hijos urbanitas de padres campesinos que vivieron ese tránsito. A resultas de todo ello el campo se vacía y todas las actividades extractivas que se realizaban hasta entonces (que tenían al bosque reducido a una mínima expresión) desaparecen o se minimizan, lo que fomenta la expansión del mundo arbóreo. Seguramente no hemos tenido tanta superficie forestal desde hace muchos siglos.
La raíz de este proceso se podría remontar hasta la importación del capitalismo en este país, de manos de los liberales de Práxedes Mateo Sagasta, quienes trataban con ello de acabar con el secular caciquismo, relicto del medievo. Y también hasta la desamortización de los terrenos comunes practicada por Pascual Madoz. El único tipo de propiedad que se veía rentable para "salir del atraso" era la propiedad individual y así los terrenos comunes empezaron su declive ya desde mediados del siglo XIX (1). Así pues las causas de los incendios de hoy en día hay que buscarlas ¡más de 150 años atrás!

Maquia termomediterránea arbolada con Pinus halepensis, ocupando una umbría valenciana donde la vegetación potencial es la carrasca Quercus ilex ballota. Un auténtico polvorín. La gran acumulación de biomasa es la causa próxima de la gran extensión de los incendios forestales actuales, a su vez debida al abandono del rural y la ausencia o escasez de grandes herbívoros (causas últimas). Foto del autor.

Herbivoría: El abandono del rural y la expansión del bosque han conllevado la expansión de algunos pequeños herbívoros, notablemente el corzo. Pero en nuestros montes falta la herbivoría (ramoneadores y pastadores) del Pleistoceno, la de los grandes mamíferos herbívoros (el caballo salvaje, el uro, los asnos salvajes, el ciervo en muchos sitios). Esa labor fue sustituida en el mundo agrosilvopastoral por la apertura de bosques para la agricultura y por la labor de la gran fauna doméstica (vacas, caballos, burros, cabras, ovejas). Muerto el mundo rural muere también esa importante labor de aclarado de los montes. Es decir, las masas forestales extensas, amantes del fuego, son además demasiado densas. Más densas de lo normal, de lo natural, por así decirlo.

Debido a estas causas últimas llegamos hasta la causa próxima y por todo ello tenemos hoy en día un sustrato base muy favorable para la ignición, especialmente en los secos y tórridos veranos mediterráneos, o en años con condiciones meteorológicas especiales, como pasó en diciembre de 2015 en Asturies, donde los efectos del fenómeno El Niño (escasez de lluvias, altas temperaturas, vientos fuertes) provocaron una oleada de más de cien incendios. Sobre ese sustrato pueden actuar diversos mecanismos de ignición (que habitualmente son tildados de causas).

Azarosos o estocásticos: el caso paradigmático sería el rayo, en las tormentas secas mediterráneas. No es el caso en la región eurosiberiana de la Península Ibérica, pero en el resto de ella (de carácter mediterráneo) la coincidencia en los estíos de las temperaturas más altas con la ausencia de lluvias genera un cocktail muy proclive a los incendios, de manera espontánea. 

Accesibilidad: La colilla que cae desde la ventanilla del coche y por casualidad acaba prendiendo parece un factor estocástico a primera vista, pero muchas veces es consecuencia casi determinista de la mayor accesibilidad a las masas boscosas que generan la apertura de pistas y carreteras en las montañas. 

Históricos: la continuidad de viejas prácticas, como las quemas de rastrojos, podas, matorral, que en los paisajes de antaño era imposible que se nos escapasen de las manos, ahora se convierten en una fuente de peligro. Actividades que “se han hecho toda la vida”, ahora están fuera de sitio en los nuevos paisajes cargados de biomasa.

Sociales: las rencillas entre vecinos o los intereses contrapuestos entre miembros de las comunidades de montes (ganaderos que prefieren espacios abiertos, pastos, frente a otros más interesados en el provecho forestal).

Económicos: aquí entrarían motivos de índole moderna, capitalista, como los intereses urbanísticos. Buena prueba de ello es la facilidad con la que arden los montes cuando las leyes permiten la urbanización del territorio en los terrenos quemados o la venta de madera quemada. Es una invitación a “darle” fuego al monte. También lo son las subvenciones de la Política Agraria Comunitaria a las superficies de pasto para el ganado, que pueden ser percibidas a partir de que haya transcurrido un año del incendio. Los cambios tecnológicos en las empresas papeleras, que pueden preferir un tipo de árbol frente a otro (eucaliptos frente a pinos o eucaliptos finos en lugar de eucaliptos gruesos) puede ser otro motivo de ignición. 

Es útil mantener este esquema jerárquico en mente: causas últimas, causas próximas y mecanismos, sin confundir los unos con los otros, para poder atajar el problema de raíz. 

Recapitulando
En definitiva, no se equivoca del todo el paisano cuando dice que el monte arde porque “está sucio”. Claro, a los ojos del ecólogo y del naturalista, el monte “sucio”, lo que se dice sucio, no está. No tiene basura y la vegetación que vemos es la sucesión ecológica avanzando hacia la vegetación potencial de la zona, recuperando el terreno y el tiempo perdidos, como defendía yo mismo en un Detective ya antiguo (2). Pero hemos de entender lo que quiere decir el paisano. Antaño no había casi bosque. Antaño el poco bosque que había estaba muy aclarado por las extracciones de matorral y por la acción de la herbivoría del ganado doméstico. Y antaño no había incendios tan extensos que ni los hidroaviones pudieran apagar. Hogaño, los pocos y aclarados bosques que teníamos eran sobre todo de frondosas, no de especies pirófitas. Además nuestras masas forestales en recuperación (pongamos una maquia con pinar asociado que camina hacia un encinar) tienen más densidad de matorral del que sería esperable en un paisaje prístino europeo lleno de grandes herbívoros salvajes. Al menos en este aspecto no se equivoca el nativo al exclamar que el monte está sucio. Obviamente él o ella también se refieren a que los árboles ocupan ahora el lugar que décadas atrás era terreno de pasto o zona de cultivo, ganados al bosque con mucho trabajo de sus antepasados. Nosotros sin embargo vivimos esa expansión como algo bueno, como una recuperación de la naturaleza. Pero no hay que olvidar sin embargo que muchas de las especies que caracterizan a la fauna europea silvestre que ha llegado hasta el siglo XXI son especies de espacios abiertos, seleccionadas a lo largo de  milenios de actividad humana. Así pues el regreso del bosque es bienvenido pero se cobrará sus bajas en forma de menos perdices, menos conejos, menos alondras, menos mariposas y menos anfibios. Y más incendios. Muchos más y mucho más grandes. Ya se lo está cobrando de hecho. 

Tal vez los mecanismos autoreguladores se pongan en marcha de nuevo. La crisis económica del mundo basado en el capital sin controles, la crisis de las grandes ciudades poco vivibles, en paralelo con la recuperación de las masas forestales, empieza a atraer gente de vuelta al rural. Puede que los neorurales se conviertan en los nuevos pastores de la biodiversidad, aunque los pioneros lo tendrán muy difícil. Desde luego no podemos esperar que las administraciones puedan manejar el paisaje para mantener grandes zonas abiertas a la fuerza, artificialmente. No creo que sea deseable, desde el punto de vista de la conservación, el regreso a un pasado con un rural superpoblado en el que los bosques queden reducidos a pequeñas manchas y el lobo y la comadreja vuelvan a ser enemigos públicos. Pero el regreso de cierta cantidad de urbanitas concienciados, con nuevas prácticas, nuevas éticas y nuevos objetivos, es probablemente lo mejor que lo podría pasar a la diversidad biológica ibérica. Hasta las especies más forestales, como el urogallo del Pirineo, no llevan bien estos nuevos bosques nuevos tan densos, con poca herbivoría donde a las crías les resulta difícil tener largas distancias de huida de los abundantes depredadores (3). En este sentido la reintroducción de un carnívoro especialista en el bosque como el lince boreal (que ahora comienza a plantearse como una posibilidad) podría tener unas consecuencias tremendas para unos urogallos que viven ahora en bosques muy subóptimos para defenderse de los depredadores. Y desde luego la única manera de acabar con esos devastadores incendios de hoy en día es restarle biomasa al monte, mediante aprovechamientos racionales y de intensidad intermedia y empleando al ganado como sustituto de la megafauna perdida.


Referencias citadas
(1)   Pérez Pintos, X. 2009. Historia contemporánea da destrucción da natureza en Galicia. Edicions A Nosa Terra.
(2)   Martínez-Abraín, A. 2009. Paisajes inventados. Quercus 282:6-7. 


(3)  Fernández-Olalla, M. y colaboradores. 2012. Assessing different management scenarios to reverse the decline of a relict capercaillie population: A modelling approach within an adaptive framework. Biological Conservation 148:79-87. 
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